lunes, diciembre 22, 2014

UNA VEZ AL DÍA


Todos queremos cambiar el mundo. Hables con quien hables, parece que nadie está demasiado contento con el mundo en el que vivimos. Y no es para menos. Sólo hay que mirar la gran desigualdad que hay entre el llamado primer mundo y el tercero, la cantidad de injusticias que se cometen en el mundo, el hambre, las guerras, la mediocridad de los políticos, y tantas cosas más, para echarse a llorar. A veces dan ganas de meterse en la cama y no salir. Pero... ¿realmente podemos cambiar el mundo? Bueno, no es sencillo. Pero lo podemos intentar. Y para ello hay que empezar por nosotros mismos. Si nosotros cambiamos, nuestro entorno cambiará. Probablemente nuestro entorno sea pequeño, no lleguemos a mucha gente. Pero si nuestro entorno cambia, ese entorno influirá sobre otro entorno. Y así, poco a poco...

Hace tiempo leí en Internet una propuesta muy interesante, de la que saqué algunas ideas. Se trata de una serie de acciones que podemos llevar a cabo diariamente, para ir, poco a poco, pasito a pasito, provocando una transformación en nosotros mismos. 

Se trata de, una vez al día, y durante un año entero, hacer las siguientes cosas:

1. Leer al menos una página al día. De esta manera, al final del año, habrás leído al menos un par de libros. ¿Que te parece poco? Pues adelante, lee más de una página. El caso es saborear el placer de la lectura, enriquecerse con buena literatura.

2. Hacer una foto al día. Esto ya requiere algo más de esfuerzo. Pero no tanto. Todos tenemos ya móviles que hacen fotos increíbles. Así que ni siquiera hay que molestarse por llevar una cámara encima. Párate, contempla lo que tienes alrededor, observa, piensa... y dispara. Al final del año tendrás una colección de imágenes que te darán una idea de dónde está tu punto de vista y cómo evoluciona.

3. Una buena acción al día. Busca la tuya. Hay miles de cosas que podemos hacer para facilitar la vida a los demás. Esto hará que salgamos de nosotros mismos y nos fijemos en qué es lo que necesitan los demás.

4. Una entrada en un blog. ¡Uf, esta ya es más complicada! Y lo digo por experiencia, escribir cuesta. Pero... ¿quién dijo que cambiar fuera fácil? ¡Algún esfuerzo habrá que hacer! Si no, seguiremos igual: quejándonos de lo mal que está el mundo pero sin hacer nada por cambiarlo. A base de pequeños esfuerzos, los que tendremos que hacer para llevar a cabo este repertorio de ideas, iremos educando nuestra voluntad. 

5. Desconectar de todo durante un rato, una vez al día. Ni Internet, ni radio, ni TV, ni teléfono... Tú mismo contigo mismo. Puedes meditar, puedes pensar, puedes hacer yoga, puedes rezar... Al menos durante cinco minutos. Cuando vuelvas al mundo todo lo verás de otra forma diferente. Especialmente cuando lleves haciendo esto muchos días.

6. Buscar una buena conversación con alguien. Tenemos nuestras cuentas de facebook y twitter llenas de amigos, llenas incluso de personas a las que no conocemos. Basta con preguntarle a alguien por su día, cómo le va, si tiene mucho trabajo, si está cansado, triste, alegre. En fin, buscar el contacto con los demás.

7. Un tweet con un hashtag propio, inventado para el momento. Estrújate el cerebro, intenta ser original. O no lo seas. Simplemente escribe, cuenta lo que te pasa, ríete, desahógate, escribe.

8. Vivir sin. Hay cientos de cosas de las que podemos desprendernos. Por ejemplo, la TV, que tanto contamina nuestras mentes. Pues... ¡adelante!

Y, si puedes con más, no te conformes con menos. ¡Adelante! Se está acabando 2014 y pronto empezará 2015. Podría ser este un buen propósito para enriquecer nuestras vidas, y las de los demás, en el nuevo año.

jueves, diciembre 11, 2014

VIVIR CON LOS OJOS ABIERTOS


¿Por qué me quedé callado aquél día, cuando quería gritar?
¿Por qué me rendí tan pronto, cuando aún me quedaban fuerzas?
¿Por qué pesó más hacer lo correcto, que hacer lo que realmente sentía?
¿Por qué fue más importante dar una buena imagen, que dar un buen abrazo?

Son algunas de las preguntas que se hace el protagonista del vídeo que presento a continuación. Jano Galán es un chico de 38 años, casado y con tres hijos. En mayo de 2012 le fue diagnosticada una terrible enfermedad: ELA. Sabe que va a morir pronto, y ha decidido vivir de verdad la vida que le quede. 



Son muchas las preguntas que surgen al ver este triste, pero a la vez alentador vídeo. Un vídeo que debería lanzarnos a la acción. Y es que a menudo nos pasamos el tiempo esperando a que ocurra algo para empezar a vivir. Esperamos a tener un buen trabajo para hacer esto o aquello; esperamos a tener mayor estabilidad emocional para decirle a esa persona que tanto nos gusta que queremos caminar con ella por la vida; esperamos a que otro nos diga te quiero para decírselo nosotros también; esperamos a  estar seguros de que vamos a ser correspondidos antes de decir a alguien "me gustas"; esperamos a tener mejor salud para empezar a hacer algún deporte; esperamos a tener más dinero para hacer aquel viaje soñado; esperamos a que las circunstancias sean más favorables para llevar a cabo aquel proyecto que tanto anhelamos. Y mientras esperamos, la vida pasa, y nunca nos ponemos en marcha porque siempre hay algo por lo que esperar, siempre encontramos la excusa perfecta para no dar el primer paso.

La vida es breve, pasa en un suspiro. Y puede llegar un día en el que ya no tengamos tiempo de hacer todas aquellas cosas que queríamos hacer. Llegará un día en el que miraremos atrás, y nos preguntaremos si vivimos como en realidad queríamos haber vivido, si llevamos a cabo nuestros sueños, si luchamos por aquello que de verdad nos importaba, si fuimos capaces de amar sin reservas, entregando el corazón sin miedo a salir heridos. Y llegará un momento en el que, si no hemos hecho todo eso, será ya tarde. Por eso hay que vivir ahora, con lo que tenemos, apostando fuerte por la vida, apostando por el amor, jugándonos todo a una sola carta, arriesgando, liberándonos de falsas ataduras, amando con mayúsculas, sin complejos, sin miedos, sin paracaídas. 

Podemos y debemos ser extraordinarios. No conformarnos con ser uno más, uno del montón. La vida es bella, y merece la pena ser vivida a lo grande. ¿Por qué conformarse con ser ave de corral, si podemos volar como águilas? La lección que nos da Jano es esa. Empezar a vivir ya, sin esperar más. Sin esperar a que pase algo. Sin esperar a que ya sea demasiado tarde. La vida empieza hoy, es ahora. No mañana, ni otro día. Hoy, aquí, ahora.

domingo, diciembre 07, 2014

AMISTAD

-¿Quién eres? -dijo el principito-. Eres muy lindo...
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-. ¡Estoy tan triste!...
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy domesticado.
(...)
-Pero si me domesticas (...) serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
(...)
-Si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros.
(...)
-Para mí el trigo es inútil. (...) Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
(...)
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
(...)
-Pero yo le hice mi amigo, y ahora es único en el mundo.
(...)
-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
(...)
-Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.

Son extractos, los anteriores, extraídos del pasaje de "El Principito" en el que el principito conoce al zorro, y este le cuenta cómo debe hacer para ganarse su amistad. Bello pasaje acerca de la amistad, lleno de delicadeza y sensibilidad. Pasaje que, cada vez que lo leo, me hace reflexionar acerca de la importancia de los amigos.

La amistad, hoy día, no es fácil de encontrar. Vivimos en un mundo que corre a toda velocidad, absorbido por las nuevas tecnologías, dominado por las máquinas, un mundo despersonalizado e informatizado, un mundo en el que la soledad hace estragos. En gran medida, las relaciones personales han sido sustituidas por las relaciones a través de las redes sociales, del whatsapp, del correo electrónico. Especialmente las grandes ciudades son agujeros negros que se tragan las relaciones de amistad, son lugares oscuros en los que todo el mundo corre hacia ningún sitio y nadie se detiene a tener una conversación pausada con su vecino a través de la cual descubrir puntos en común, son espacios en los que, paradójicamente, uno puede sentirse tremendamente solo aun estando rodeado de miles de personas. Vivimos a menudo relaciones totalmente despersonalizadas. Como se puede ver en la película "Her" (recomiendo verla a quien no lo haya hecho ya), en numerosas ocasiones la tecnología sustituye a los amigos. Y es una pena, porque, además, eso acaba dejando un gran vacío y mucha amargura en el corazón.

La amistad es algo que requiere tiempo, es algo que hay que cultivar, es algo que, si no se cuida, si no se alimenta, muere rápidamente. La amistad está relacionada con la calma y la quietud, con la perseverancia, por supuesto, con la generosidad. La amistad huye de las prisas, del apresuramiento, del bullicio, del caos. Una buena amistad hace más amable y más plena la vida, la tiñe de colores intensos, la hace, si se me permite la expresión, más "vivible".

Se puede construir una amistad a partir de unos intereses en común, a partir de afinidades ideológicas, a partir de sentimientos comunes... incluso, a veces, simplemente a partir de sentirse bien uno con otro, sin más motivo aparente que ese. Pero, como decía más arriba, la amistad, una vez que surge, hay que alimentarla y cuidarla, porque si no se agosta, se marchita, y al final acaba muriendo. Y si se cuida y se alimenta, se hace fuerte, se crean lazos indestructibles, y puede llegar a ser un potente antídoto contra la tristeza o la depresión. Puede surgir también, a través de la amistad, el amor, y dar paso a una relación de pareja indestructible, de firmes raíces que ni las más fuertes tempestades pueden arrancar.

Como decía más arriba, no es fácil hacer amigos, amigos de verdad, hoy día. Porque una cosa son esas personas con las que uno está un rato, simplemente para divertirse, y otra muy diferente son los amigos. Esas personas que están siempre, especialmente cuando más las necesitas. En los momentos buenos, en los malos, y en los regulares. Esas personas que, incluso sin que tú les digas nada, perciben tu estado de ánimo e intuyen que no estás pasando un buen momento. Esas personas por las que pondrías el mundo del revés simplemente por sacarles una sonrisa. 

Y como no es fácil hacer amigos, pues vivimos en el mundo de la superficialidad y el falso interés, merece la pena esforzarse por cuidar y alimentar esas relaciones iniciales que surgen con alguien que conoces un buen día, y que, con tiempo y dedicación, pueden convertirse en relaciones para siempre.

Invito a dedicar menos tiempo a las redes sociales, a Internet, a los "smart phones", y dedicar más tiempo a visitar a los amigos. Incluso sorpresivamente, sin motivo alguno, simplemente porque sí. Invito a dedicar tiempo de calidad a los amigos, a crear nuevas amistades, a desterrar la expresión "no tengo tiempo" como excusa para no salir de casa. ¿Cuántas cosas de las que hacemos habitualmente podemos sustituir por pasar un rato con un amigo? Al final, esos tiempos pasados con los amigos son los que van a llenar de calidad nuestras vidas, son los que alimentan nuestra alma y los que hacen brotar en nosotros verdaderos sentimientos de fraternidad. Creo que no exagero si afirmo que el mundo cambiaría para mejor si dedicáramos más tiempo a los amigos y menos tiempo a Internet o a la TV.

lunes, noviembre 10, 2014

CÁNDIDA


Después de casi un mes ausente, entretenido en otros menesteres, vuelvo a estas páginas, y lo hago con una película que he visto hoy mismo y que me ha conmovido profundamente. Es una película divertida, amable, tierna, humana, conmovedora, emotiva. No pasará a la historia del cine como una obra maestra, de hecho pasó por la cartelera más o menos desapercibida. Pero para mí es una gran lección de humanidad. Se trata de "Cándida", de Guillermo Fesser.

Cándida es un personaje real, es una mujer de 83 años (cuando protagonizó la película tenía 75), que trabajó como asistenta en casa de Guillermo Fesser, y que colaboró en el programa de radio de Gomaespuma. En 2006, Fesser cumplió la promesa que le había hecho de llevarla a la gran pantalla, y lo hizo con una película capaz de hacer pasar de la risa al llanto y del llanto a la risa con escenas de la vida cotidiana, con escenas sencillas que suceden todos los días en todos los barrios de cualquier ciudad. 
Cándida es una mujer sencilla, generosa, descomplicada, amable, divertida. Es una mujer capaz de hacerte reír contando las cosas más trágicas que le han ocurrido a lo largo de su vida, y a la vez te hace llorar contando las cosas más divertidas. 
Pero con lo que me quedo, lo que más me conmueve, es con su sencillez. Los seres humanos somos expertos en complicarnos la vida, en hacer difíciles las cosas que podrían ser fáciles simplemente viéndolas desde un punto de vista más humano. La vida de Cándida no es fácil, y sin embargo la afronta con una alegría envidiable. La sencillez y la naturalidad con la que afronta los problemas de la vida, muchos de ellos trágicos, hacen de ella una mujer digna de admiración. Es una mujer de condición humilde, analfabeta (aprendió a leer para aprenderse el guión de la película), de clase más bien baja, pero sin ningún complejo. Es el vivo ejemplo de que en este mundo todos somos iguales, independientemente de nuestra cultura, nuestra condición social, nuestro estatus, nuestro trabajo, etc. Para Cándida todos somos personas, y eso es lo único que importa. Cándida, ni mira a nadie por encima del hombro ni se siente inferior a nadie. Esa es su grandeza, y esa es una de las características que la hacen tan amable, tan tierna, tan amorosa. Es un ejemplo del que no nos vendría mal aprender un poco. Probablemente nuestras relaciones personales mejorarían mucho.

domingo, octubre 19, 2014

AMOR A UNO MISMO



El amor a uno mismo, o autoestima, es la base para poder querer a los demás. Difícilmente se puede querer a otros si no nos queremos primero nosotros. Algo que no hay que confundir con el egoísmo. De hecho, Cristo dijo "ama al prójimo como a ti mismo". Como a ti mismo. No más que a ti mismo, ni menos que a ti mismo. Y Buda también dijo algo parecido: "amarse a uno mismo es el primer paso del camino".
Y para amarse a uno mismo hay que empezar por reconocer los talentos, las virtudes, las cualidades que uno tiene. También hay que aprender a perdonarse a uno mismo, hay que concederse la capacidad de equivocarse, la capacidad de cometer errores. Hay que ser paciente y benigno con uno mismo. Si cada vez que cometemos un error nos autoflagelamos, es muy probable que después hagamos lo mismo con los demás. Además, no ser compasivos con nuestros propios errores es un claro síntoma de soberbia, de orgullo. O de una humildad mal entendida. El que no se concede la capacidad de equivocarse es porque piensa que debe ser perfecto. Y eso, además de no ser posible, no es bueno, ni siquiera es atractivo. Las personas atractivas son las que caen y se levantan, las que se equivocan, lo reconocen, se perdonan a sí mismas, piden perdón y continúan adelante. Las personas que saben amar a los demás han empezado por amarse a sí mismas.
La falta de amor a uno mismo, o lo que es lo mismo, la baja autoestima, no trae más que problemas, para el que la padece consigo mismo, y con los demás. Problemas de excesiva susceptibilidad, problemas de inseguridad, problemas de depresión...
Para quererse a si mismo hay que tener también respeto por uno mismo. Hay que aprender a decir que no cuando hay que decirlo, de forma asertiva, sin miedo a lo que puedan pensar o decir de nosotros. Hay que ser, además, consecuente con lo que uno piensa, y no dejarse llevar por corrientes de opinión si van contra nuestra forma de pensar (siempre, claro está, que nuestra forma de pensar esté fundamentada y sea fruto de una buena formación intelectual, ética, moral). Cuando uno no se respeta a si mismo, cuando uno vive a merced de donde le lleven los vientos, tampoco será capaz de respetar a los demás.
No hay que confundir amor a uno mismo con egoísmo, ni con narcisismo. Son cosas diferentes, no tienen nada que ver. La persona con una alta autoestima, con un buen concepto de sí mismo, difícilmente será una persona egoísta o narcisista. Al contrario, estos últimos, los egoístas, los vanidosos, serán normalmente personas apocadas y timoratas, con un bajo concepto de sí mismos. La persona capaz de quererse suele ser una persona generosa, expansiva, capaz de entregarse a los demás, comprensiva, compasiva, paciente con los errores de los demás.
Amarse a uno mismo es sinónimo de aceptarse, de escucharse, de, como ya he dicho, respetarse, de ser amable con uno mismo en cualquier situación. Y para ello hay que dedicar tiempo a conocerse, a saber qué talentos tiene uno, y qué carencias, qué debilidades, qué defectos. Pero sin centrarse nunca en estos últimos, sino más bien centrarse en potenciar nuestras virtudes, aquellas cosas que sabemos hacer bien y que pueden servir para querer a los demás. Nuestra forma de ofrecernos al mundo es a través de nuestros talentos, y, por tanto, es eso lo que debemos potenciar.
Algo también importante es saber agradecer los cumplidos, agradecer cuando alguien nos dice que hemos hecho algo bien. Huyamos, por tanto, de falsas modestias y de falsas humildades. Huyamos de frases como "bueno, no es para tanto", o "no es mérito mío", u otras parecidas, y cambiémoslas por un sincero agradecimiento.
El mundo necesita de muchas personas que se quieran a sí mismas, que tengan una rica autoestima. Son esas personas las únicas capaces de amar de verdad y, así, de cambiar nuestro mundo egoísta y hostil por otro donde reine la paz y la armonía.

sábado, octubre 11, 2014

EL SILENCIO



El silencio. Qué bello es, qué importante, y qué miedo da. Vivimos en un mundo en el que la gente, en general, huye de estar en silencio, a solas consigo misma. No hace mucho hablaba con una persona, y le contaba que yo apenas veo la televisión. Algún acontecimiento deportivo que otro, pero poco (o nada) más. También le decía que en agosto había estado solo en Madrid, y que no había encendido la televisón (ni la radio) ni un solo día. Aquella persona no daba crédito. Me miraba como si acabara de ver a un marciano. Pensaba que le tomaba el pelo, que exageraba, que era una forma de hablar. Y cuando se convenció de que yo no exageraba ni lo más mínimo, trataba de convencerme de las "bondades" de la televisión, al tiempo que me decía que en su casa la ponía simplemente para que hubiera algún sonido de fondo.

Si, cuando vamos por la calle, o en el metro, echamos un vistazo a nuestro alrededor, podremos ver que mucha gente va pegada a sus auriculares, o absorta en su pantalla de teléfono móvil. Ni siquiera en las iglesias, donde debería disfrutarse de un silencio sepulcral, nos libramos de estos aparatos. 

Si vamos al campo, vemos multitud de gente que va con sus equipos portátiles de música, generando una incómoda contaminación acústica.

¿Por qué la gente huye del silencio? La gente huye del silencio porque el silencio nos enfrenta a nosotros mismos, a nuestras miserias, a nuestras debilidades, a nuestro yo más íntimo. Y si seguimos profundizando, nos enfrenta al misterio de la muerte y de la eternidad. Y eso, en un mundo que va a toda velocidad, precisamente para huir de todo lo que suene a transcendental, da pánico. Pero es precisamente esa alocada huida, del silencio y por tanto de nosotros mismos, una de las causas que nos lleva al caos, al incremento, cada vez más alarmante, de todo tipo de trastornos como pueden ser la ansiedad, la depresión, neurosis varias, y múltiples enfermedades somáticas consecuencia de la incapacidad de las personas para lograr un estado de relajación mínimo.

Estoy convencido de que si aprendiéramos a estar en silencio, y dedicáramos cada día un tiempo a estar con nosotros mismos, alejados del mundanal ruido (nunca mejor dicho), ganaríamos en calidad de vida de forma asombrosa. Hay diversas formas de retirarse al silencio, como pueden ser la oración mental, la meditación, la práctica del yoga... Al principio resultará incómodo. Y es que la falta de práctica hace que el peor ruido no esté fuera, sino dentro de nosotros mismos. Cuando uno no está acostumbrado a estar en silencio, relajado, cuando uno va siempre corriendo y sin parar ni un segundo, genera dentro de sí un ruido interior muy incómodo, del que no es consciente. Y cuando decide parar, cuando decide alejarse del ruido externo, cuando decide empezar a disfrutar del silencio, entonces se pone de manifiesto todo ese ruido interior que nos impide relajarnos, que nos impide estar concentrados, que nos impide escucharnos a nosotros mismos. Pero, como todo en la vida, lograr el silencio interior es cuestión de práctica, de entrenamiento. Empezando por tan solo unos minutos, y, poco a poco, ir aumentando ese tiempo. Entonces empezaremos a disfrutar de los beneficios del silencio y de la relajación que trae consigo. Se duerme mejor, se piensa mejor, se toman mejores decisiones, se vive de forma más relajada... incluso mejora nuestra comunicación con los demás, y lo hacemos de forma más pausada y empática. ¿Por qué no probar? ¡Es gratis!

jueves, septiembre 25, 2014

¡NO PUEDO!



¿No puedes? ¿En serio que no puedes? ¿Lo has pensado bien? ¿Sí? Y después de pensarlo bien, ¿dices que no puedes? Entonces, permíteme que te diga, sin temor a equivocarme, que no, que no lo has pensado bien. O, simplemente, no has mirado a tu alrededor. Quizá después de leer este artículo, y, sobre todo, después de ver los vídeos que a continuación voy a compartir contigo, empieces a ver las cosas de otra manera. Quizá entonces empieces a pensar que sí puedes.

A menudo nos dejamos llevar por los prejuicios que tenemos sobre nosotros mismos, nos dejamos llevar por las circunstancias, por un ambiente negativo, por las influencias de nuestro entorno. Pero, sobre todo, nos dejamos engañar por nuestras creencias limitantes: no puedo, es muy difícil, nunca lo conseguiré, hay demasiada competencia, es demasiado tarde, soy muy mayor para empezar de nuevo, me voy a estrellar, voy a fracasar, no es fácil, me da miedo, qué van a pensar de mí, en mi familia me van a decir que estoy loco... Y por culpa de estas excusas, que nos las repetimos a nosotros mismos  una y otra vez hasta creer a pies juntillas que es así, no somos capaces de dar un sólo paso. Una vez leí una frase llena de sabiduría: tanto si crees que puedes, como si crees que no puedes, vas a tener razón. Si crees que puedes, lo vas a conseguir. Si crees que no puedes, ni si quiera lo vas a intentar, y, efectivamente, no vas a poder. 

Os dejo a continuación con Cristian Deppeler. No hacen falta presentaciones. Simplemente escúchale atentamente, y luego revisa de nuevo esas creencias limitantes que hay en tu interior.


¿Lo has visto ya? ¿Sigues pensando que no puedes? Si lo sigues pensando, por favor, ve a Facebook, entra en la página de Cristian, y cuéntaselo a él. Cuéntale cuál es tu proyecto, cuál es tu sueño, y a continuación dile que no puedes llevarlo a cabo. Y dale tus razones por las que realmente crees que no puedes llevarlo acabo. ¿Te atreves? ¿Imaginas su respuesta?

Lo más que puede pasar si silenciamos a esas voces que nos dicen "no puedes, vas a fracasar, no lo intentes", lo más que puede pasar si hacemos caso omiso de nuestras creencias limitantes y las sustituimos por otras más sanas (sí puedo, no hay nada imposible, lo voy a conseguir, nada me detendrá, lo difícil lo hacemos en el acto y lo imposible nos lleva sólo un poco más de tiempo, yo puedo con eso y mucho más, me voy a comer el mundo), lo más que puede pasar, decía, es que nos caigamos. Pero entonces... tenemos la capacidad de levantarnos. Una y mil veces. Un millón. Las que haga falta. Hasta lograr nuestro objetivo. Hasta alcanzar nuestros sueños. Y si no, pregúntale a Nick Vujicic. Te dejo con él. Puedes encontrar muchos más vídeos suyos en Internet. También a él puedes decirle que no puedes.


Ahora... no digas más que no puedes. Si te has caído, levántate y empieza a caminar. No digas nunca más no puedo. Porque puedes. ¡¡Claro que puedes!! Adelante...

viernes, septiembre 19, 2014

APRENDER A PEDIR


Una de las cosas que a veces tenemos que hacer en nuestras relaciones con los demás es pedir. Pedir cosas, pedir favores, pedir ayuda. Y aunque parece sencillo, a menudo resulta ser una fuente de conflictos. Muchas veces confundimos petición con exigencia, y eso ya es un mal comienzo. Otras veces formulamos mal nuestras peticiones, dando lugar a malentendidos. En ocasiones pedimos, pero sin estar dispuestos a aceptar un no como respuesta. A veces incluso no somos capaces de pedir lo que deseamos o lo que necesitamos, y lanzamos indirectas pensando que los demás las van a captar al vuelo, molestándonos después porque no es así. Otras veces ni siquiera nos atrevemos a pedir. O nos atrevemos a hacerlo con unas personas pero no con otras.

Pienso que si aprendiéramos a hacerlo, de manera sencilla y dejando claro cuáles son nuestras expectativas, nuestros deseos, nuestras necesidades, evitaríamos muchos conflictos y seríamos más felices. Para ello, hay que tener en cuenta cuatro factores a la hora de formular una petición. Parece fácil, como decía al principio, pero si lo pensamos a fondo, no lo debe ser tanto, porque no siempre lo hacemos así. Es más, si nos examinamos a fondo seguro que llegamos a la conclusión de que casi nunca lo hacemos así.

En primer lugar la petición ha de ir dirigida a alguien en concreto. No vale utilizar aquella técnica de Gila, "alguien ha matado a alguien...", eso de "habría que sacar la basura", o "alguien debería ir a por el pan, que yo no voy a poder". No, la petición ha de ir dirigida a alguien: "por favor, ¿podrías sacar la basura?".

En segundo lugar, la petición ha de ser algo concreto, claro, definido. Y no vale utilizar el dos por uno. O el x por uno. Ya que pido esto, aprovecho... No, las peticiones, para facilitar la convivencia, para facilitar al receptor la capacidad de gestionarlas, han de ser únicas, claras y concretas. Si no dejo claro lo que quiero pedir, lo que necesito, abro lugar a la confusión. "Mañana tengo que ir a este pueblo de las afueras de Madrid y se me ha estropeado el coche". Y si nuestro interlocutor no se ofrece a llevarnos, nos enfadamos. "¡Menudo egoísta, no tiene nada que hacer, y no quiere llevarme!" Pero... ¿estamos seguros de que el interlocutor ha entendido la frase como una petición? ¿No será más fácil dejarse de interpretaciones y formular claramente nuestro deseo de que nos lleven a ese lugar al que queremos ir? 

En tercer lugar, debemos expresar claramente para cuándo necesitamos aquello que estamos pidiendo, y cómo lo necesitamos. Imagínense que llamo a mi compañero de piso, que está haciendo gestiones por Madrid, y le pido que me traiga unas cosas. Pero no dejo claro para cuando las quiero. Por lo que mi compañero de piso me dice, "vale, sin problema, yo te las llevo". Y pasan las horas, y mi compañero no llega. Hasta que al final de la tarde aparece... "¡Menudas horas son estas! Ahora ya no lo necesito, ¿no podrías haberlo traído antes?" Y nuestro compañero de piso nos mira con cara de no entender nada, y si no nos tira las bolsas a la cabeza bastante paciencia tiene. Porque sí, le habíamos pedido que nos trajera unas cosas. Pero no le habíamos dicho para cuándo las queríamos, dejando por hecho que él entendería que las necesitábamos urgentemente. Pero la mala noticia es que la telepatía no existe, y nuestro compañero no fue capaz de leernos la mente.

Resumiendo, debemos dejar bien claro qué es lo que necesitamos, cuándo lo necesitamos, y cómo lo necesitamos. Y, una vez formulado, debemos asegurarnos de habernos explicado bien y de que nuestro interlocutor sabe perfectamente cómo satisfacer nuestra petición. Por otro lado, esto mismo lo podemos aplicar a cuando somos nosotros los receptores de una petición: enterarnos claramente de qué es lo que se nos pide, cómo debemos satisfacer la petición, y cuándo debemos hacerlo. Nunca dar nada por entendido, y, mucho menos, dejar lugar a la telepatía, porque, ya lo hemos dicho, no existe.

Por supuesto, cada vez que generamos una petición, debemos estar preparados para digerir el no como respuesta. Si no estamos dispuestos, lo que estamos formulando, en lugar de una petición, es una exigencia. Y eso rompe las reglas del juego de la convivencia. Siempre podemos, eso sí, establecer una negociación, intentando llegar a soluciones favorables para nosotros y para los receptores de nuestras peticiones.

Todo esto puede parecer una tontería, pero... seguro que si hacemos un repaso de ocasiones en las que hemos tenido que pedir algo encontramos alguna que otra en la que, por no haber elaborado bien la petición, se ha acabado generando un conflicto, una discusión, un malentendido. No es difícil, pero... no viene mal aprender este esquema y ponerlo en práctica. Seguro que mejora nuestras relaciones con los demás.

lunes, septiembre 08, 2014

VIVE COMO PIENSAS O ACABARÁS PENSANDO COMO VIVES



He escuchado o leído muchas veces la frase que ilustra mi artículo de hoy. Las primeras veces que la oí mencionar no entendía muy bien qué querían decir con ella. O... creo que más bien la entendía mal. ¿Se han parado a pensar alguna vez en la importancia de los acentos y de las tildes? Pues bien, cuando yo escuchaba aquella frase, la escuchaba poniendo en mi cabeza una tilde en la o del segundo "como". Y no entendía gran cosa. En fin, ha pasado mucho tiempo desde entonces, y ahora sí creo comprender el significado de la sentencia. Nunca he sabido a quién era atribuida, aunque hace unos días, preparando el presente artículo, leí en Internet que se le atribuía a Ghandi. En cualquier caso, es lo de menos. Lo importante es el significado y la sabiduría que encierra dicha máxima.

Todos hemos recibido de pequeños una educación, una educación que ha podido ser mejor o peor, pero que nos ha ayudado a transitar por la vida. Después, a medida que hemos ido creciendo, hemos ido haciendo nuestras las cosas que nos enseñaron. Evidentemente, habrá cosas más importantes que las habremos hecho completamente nuestras, y habrá habido otras cosas que habremos dejado de lado, ya sea porque no eran importantes, porque los tiempos cambian, o porque nuestra forma de ser y pensar se ha ido forjando y separando en algunos aspectos de la de nuestros padres y educadores. Pero poco a poco, entre la educación recibida, los estudios realizados, los libros leídos, las experiencias vividas, los fracasos aprendidos, hemos ido formando nuestra conciencia, creando nuestra propia forma de pensar, haciendo de nosotros, si lo hemos hecho bien, personas libres e independientes, con una personalidad determinada.

El problema viene cuando renunciamos a esa forma de pensar, a esos ideales que nos definen, a esa educación recibida y después trabajada hasta llegar a forjar una personalidad propia. El problema viene cuando traicionamos a nuestra conciencia, que ha sido trabajada a lo largo de los años, y nos guía -si está bien formada- a través de los avatares de la vida. Es cuando dejamos de vivir como pensábamos, y empezamos a pensar como vivimos. O sea, justificamos nuestras nuevas actitudes, cambiamos nuestra forma de pensar de siempre para adaptarla a nuestra nueva forma de hacer las cosas, de conducirnos por la vida. Esto suele ocurrir cuando en nuestra vida aparecen personas que piensan diferente a nosotros, y queremos "adaptarnos" a ellas, por las razones que fueren. 

Pero entonces es cuando nos resquebrajamos por dentro, cuando nos venimos abajo, cuando no entendemos nada, cuando perdemos el norte, la orientación, y perdemos las fuerzas y los recursos para navegar con éxito por las procelosas aguas de la vida. Cuando eso ocurre, cuando traicionamos a nuestros ideales, a nuestra forma de pensar, a nuestra conciencia, solemos tratar de justificarnos, de engañarnos a nosotros mismos diciendo que no, que en realidad no pensábamos así, que nuestra forma de pensar era arcaica y había que modernizarla, o que estábamos demasiado encorsetados por rígidas normas. Pero, en general, sabemos que no es así. Sabemos que lo hacemos, que nos traicionamos a nosotros mismos, para adaptarnos a la forma de pensar, como adelantaba más arriba, de determinados ambientes, para adaptarnos a determinadas personas, a determinadas formas de pensar o actuar, a determinadas parejas de un momento dado, a determinadas amistades. Y acabamos adoptando formas de pensar y actuar que sabemos son contrarias a lo que nosotros somos, pero que muchas veces son más "atractivas", más seductoras, más favorables a la corriente. Y es que, navegar a contracorriente, no es siempre fácil. Es más, casi nunca es fácil. Navegar, pensar, a contracorriente, requiere muchos sacrificios, exige renuncia, demanda fortaleza y unidad de vida.

Uno puede acallar su conciencia a base de traicionarla, de pensar al revés de como siempre había pensado, a base de justificar lo que sabe que no es justificable. Puede "aprender" a vivir de otra forma a como en realidad sabe que debe vivir. Pero entonces ocurre que vive incómodo. Es como si se acostumbrara a llevar unos zapatos o un vestido que no son de su talla. Esos zapatos, ese vestido, aprietan y no estamos cómodos. Y hasta que no lo reconozcamos, estaremos desorientados, viviremos en la confusión. Creo que es algo que todos hemos experimentado alguna vez, ya sea por temporadas más largas o más cortas. 

Es difícil, sí, vivir a contracorriente, pensar diferente a como lo hace la mayoría. Pero a veces es necesario. No pretendo decir que haya que ir por ahí siempre llevando la contraria a todo el mundo. Pero sí, a veces hay que tener criterios propios y hay que pensar y actuar diferente a como lo hace la mayoría. Y sí, es difícil mantener esos criterios. Pero la paz, la alegría, la felicidad que ello trae consigo bien merecen cualquier esfuerzo y cualquier sacrificio que tengamos que hacer. La recompensa siempre, SIEMPRE, está detrás del sacrificio. Tardará más o menos en llegar, pero llegará. Por eso merece la pena vivir como se piensa, haciendo caso a nuestra conciencia, y siendo valientes para pensar por libre.

lunes, septiembre 01, 2014

UN NUEVO CURSO, UNA NUEVA OPORTUNIDAD



Antes de comenzar a escribir he estado dudando sobre el contenido de mi artículo de hoy, y, por tanto, sobre qué título darle. Pensaba en hablar sobre los sueños, sobre cómo luchar por ellos, cómo hacerlos realidad. Pero finalmente he decidido posponer este tema. ¿El motivo de mi decisión? Esta mañana he asistido a la presentación de un curso de desarrollo personal sumamente interesante. Aún no estoy admitido en dicho curso, pero, si Dios quiere y me admiten, el día 15 de este mismo mes comenzaré a asistir a sus sesiones formativas. No hablaré ahora del contenido del mismo, esperaré a que sea una realidad. Pero, si finalmente soy admitido, estoy seguro de que dicho curso me va a proporcionar mucho material para escribir. De ahí que haya decidido aplazar para otro momento un artículo sobre los sueños.

Finalmente, pues, he querido hablar del nuevo curso. Que, visto de alguna manera, tiene algo que ver con los sueños por cumplir. Es muy común en las personas hacer propósitos de mejora. Y hay algunas fechas clave en las que muchos de nosotros nos ponemos a hacer propósitos como locos, a intentar mejorar nuestras vidas mediante el planteamiento de cambios, nuevos retos, etc. Una de esas épocas es la Navidad, el final de año, y otra es esta misma sobre la que hoy hablo, el final de las vacaciones, el comienzo de un nuevo curso.

Es este, sin duda, un momento para plantearse cosas. El verano ha quedado atrás (aún quedan 21 días, y, climatológicamente hablando, parece que se niega a abandonarnos; pero la mentalidad de casi todos es que el verano ha terminado), y atrás han quedado las vacaciones, la playa, el mar, los grandes viajes... Muy atrás quedó también el curso anterior, en el que a algunos les fue mejor, a otros peor, aspectos de nuestras vidas mejoraron y otros quedaron susceptibles de mejora... 

Llega el momento también, al menos para algunos, de las depresiones postvacacionales. Ese estado de depresión en el que muchos se sumen porque ha acabado lo bueno y de nuevo hay que madrugar, hay que pasar tiempo en la oficina, o en la fábrica, o en el hospital, o en el colegio... Sin embargo, esto es precisamente lo que hay que evitar, hundirse por lo bueno que se ha acabado. Porque... ¿es que lo que viene a partir de ahora no es bueno? Hay mucha gente que, aun queriéndolo, no puede trabajar. ¿Y hay quien se queja porque tiene que volver al trabajo? Bueno, no soy quién para juzgar a nadie, ni mucho menos las circunstancias personales de cada uno. Pero pienso que las cosas hay que tomarlas con optimismo, con una visión positiva de la vida. Debemos fijarnos en lo bueno, en lo que tenemos más que en lo que no tenemos, en lo que podemos alcanzar si ponemos en ello empeño y esfuerzo. Podemos dejar sorprendernos por las personas que tenemos a nuestro alrededor, podemos abrirnos un poco más a los demás, dejar que los demás nos transformen, nos ayuden, nos hagan mejores personas. Y, por otro lado, hacer lo mismo nosotros con los demás. Quizá no podemos hacer milagros. Pero sí podemos sonreír, sí podemos ser amables, sí podemos ser serviciales, sí podemos estar atentos a las necesidades de los demás... Y sí, podemos mirar a nuestro alrededor y descubrir un mundo maravilloso a pesar de todos sus defectos, un mundo que puede sorprendernos a cada paso que damos. Dentro de poco los árboles mudarán de color. Y eso, ¿no es maravilloso? Las más pequeñas cosas que ocurren a nuestro alrededor pueden hacernos felices. Pero para eso hay que tener los ojos abiertos (especialmente los del alma, pues como decía Antoine de Sain-Exupèry, en boca de su entrañable Principito, lo esencial es invisible a los ojos), y una mentalidad muy positiva. Sólo con eso, lograremos que el fin de las vacaciones y el principio del nuevo curso no sea un motivo de decepción y tristeza, sino un motivo de alegría por la posibilidad de empezar a vivir nuevas aventuras.

martes, agosto 26, 2014

VIDAS MONÓTONAS



Rogelio acaba de llegar del trabajo. Entra en casa, saluda con el rutinario saludo de siempre -ya estoy en casa cariño qué hay para cenar-, coge una cerveza de la nevera y se va al salón, donde, mecánicamente, enciende la televisión, coge el mando a distancia, se quita los zapatos, y se deja caer en el sofá.

En la cocina, Águeda prepara la cena mientras comenta consigo misma las noticias que escucha en la radio. Siempre las mismas noticias aburridas e insípidas. Cuando llega su marido le contesta con lo de siempre -hola amor huevos fritos con chistorra-, y continúa a lo suyo, comentando las noticias y pensando por qué a ella no le pasarán algún día alguna de esas aburridas cosas que cuentan en los noticiarios de la radio. Aunque, pensándolo bien, preferiría ser protagonista de algún episodio de Salsa Rosa.

Rogelio se ha ido hundiendo cada vez más en el sofá del salón, y ya no es su culo el que se apoya sino su espalda. Los pies los tiene encima de la mesa, y mira sin interés la televisión. Ya ha recorrido unas cuantas veces todos los canales. Pasa de uno a otro compulsivamente, y cuando llega al final vuelve hacia atrás. Así, una y otra vez.

Águeda ha entrado en el salón, y se ha sentado en una silla, más o menos en frente de Rogelio, más bien a un lado. Mira la televisión y mira a Rogelio. Después mira a Rogelio y mira la televisión. Rogelio no se ha percatado de su presencia, aunque ella lleva allí un rato, mirando alternativamente a la televisión y a su marido. Finalmente se cansa, y decide llamar su atención:

- Rogelio.

-Ah, ¿estás ahí, cariño? ¿Vamos a cenar ya?

- Rogelio, ¿no te has dado cuenta?

Rogelio la mira sin interés ninguno, sin modificar lo más mínimo la expresión de su cara, y con voz de orangután aburrido contesta:

- Ah, sí, te queda muy bien.

E inmediatamente vuelve la mirada a la televisión, donde en ese momento unos luchadores de sumo están a punto de iniciar un combate.

- ¡Rogelio! ¿En serio que no te has dado cuenta? -el tono de Águeda es ya un poco menos monótono, algo más... incrédulo. Rogelio vuelve a mirar a Águeda con la misma cara de interés de antes, o sea, ninguno, y con la misma voz de orangután aburrido de antes, vuelve a repetir:

- Sí, cariño, te queda muy bien.

Águeda se desespera.

-¡¡Rogelio!! ¡No es el pelo!

-¿Ah no?, responde Rogelio mirándola una vez más, con la misma cara de interés que las veces anteriores, y con el mismo tono de... sí, de orangután aburrido.

- ¡Rogelio, me he hecho un transplante de cara! -¿es que no te has dado cuenta?

En ese momento, uno de los luchadores de sumo ha echado al otro del tatami, y celebra la victoria efusivamente. Águeda se levanta de la silla, se dirige a la cocina, y con el mismo tono de siempre da por zanjada la conversación.

-Anda, vamos a cenar. Tú no tienes remedio.

martes, agosto 19, 2014

FE INQUEBRANTABLE



Ayer leí en Internet que había fallecido Cristina Pericas. Una persona totalmente desconocida para mí, e imagino que para la mayoría, sino todos, los que me estén leyendo. Sin embargo, la fuente donde leí el titular de la noticia me impulsó a leer un poco más, a ver el vídeo que dicha noticia adjuntaba, y a enterarme de quién era Cristina Pericas y cuál era su historia. Y al hacerlo, aun no conociendo a Cristina, aun no conociendo a sus padres, lloré y me emocioné. Y recé. Recé por el alma de Cristina, pero sobre todo recé por sus padres, para que sigan demostrando la entereza que han demostrado hasta ahora. Cristina ya les contempla desde el Cielo.

Cristina era una niña de once años que había contraído la enfermedad de la Encefalopatía Espongiforme de Creutzfeldt-Jakob, una enfermedad degenerativa y mortal que va postrando a la persona en la invalidez más absoluta. Cristina fue perdiendo, poco a poco, todas sus facultades. No podía hablar, no podía moverse, no podía llevar una vida en absoluto normal, y su cerebro se iba atrofiando cada vez más. Era la persona más joven del mundo en padecer dicha enfermedad. Dicho así, todo esto parece una historia tristísima, y de hecho lo es. No soy padre, pero puedo imaginarme perfectamente la situación, puedo ponerme en el lugar de unos padres jóvenes que ven cómo a una de sus hijas le diagnostican una terrible enfermedad que le va a arrebatar la vida en menos de un año (finalmente Cristina superó esas expectativas de vida). Imagino perfectamente cómo a esos padres, y a las dos hermanas de Cristina, se les viene el mundo encima, y se preguntan "por qué a nosotros". Imagino momentos de dolor y de desesperación, momentos quizá de preguntar a Dios "por qué", momentos de incredulidad y de rebeldía. 



Pero cuando uno ve el vídeo que ilustra el artículo, descubre algo que va más allá de todo eso. Descubre a una familia unida por el dolor, una familia con una fe inquebrantable que se agarra a la cruz y decide no dejarse hundir por las circunstancias. Una familia que hace todo lo posible por dar a su hija enferma una vida lo más digna y confortable posible dentro de sus circunstancias. Imagino momentos de verdadera angustia al ver que, poco a poco, la niña va dejando de ser lo que fue y se va apagando. Imagino esos momentos en los que, probablemente, uno siente ganas de abandonar, a uno se le acaban las ganas de luchar más. Pero al ver el vídeo, uno descubre a unos padres con una fe tremenda, unos padres que se levantan una y otra vez, unos padres que hacen viva esa frase de San Pablo, "todo lo puedo en Aquel que me conforta", a unos padres que le sonríen al sufrimiento y a la dificultad, miran a Dios y le dicen, "hágase tu voluntad, Tú sabes más". 

Ayer la vida de Cristina se apagó. Pero se apagó aquí en la tierra. Ahora goza de una vida mejor, ahora goza del abrazo del Padre, y desde allí vela por su familia y por todos los que la han acompañado en momentos tan duros y difíciles. Ahora Cristina es un ángel más en el Cielo. Y sus padres, aquí en la tierra, son un ejemplo de entereza y de fortaleza, un ejemplo de cómo la fe mueve montañas y es capaz de sostener en pie a una familia que, en condiciones normales y visto desde un punto de vista humano, se hundiría en la más absoluta desesperación.

Gracias, Juan, gracias Rosa, gracias también a Inés y Marta, las hermanas de Cristina, por este maravilloso testimonio de fe, lucha, entrega y sacrificio. Y, por supuesto, gracias a Cristina, que ahora desde el Cielo vela por los que seguimos peregrinando por este mundo tan complicado y lleno de dificultades, pero trufado también con estas perlas de amor que algunas personas nos brindan y le dan una nota de color a la vida. Gracias de corazón.

P.S.: me he permitido tomar una imagen de Internet, una foto de vuestra familia. Probablemente no lleguéis a leer nunca este artículo, pero si lo hacéis y no creéis conveniente que vuestra foto ilustre mi artículo, sin duda la quitaré. Gracias.

lunes, agosto 11, 2014

ANOCHECE Y AMANECE EN LA MONTAÑA


Hacía tiempo que no dormía en la montaña, y tenía ganas de hacerlo. Ayer, aprovechando que había luna llena, me cogí a Zarko, mi perro, cargué la mochila con lo necesario, y me fui a la aventura. Tuve que vencer para ello la pereza que invita a la comodidad, a quedarse en casa, donde uno tiene una cama confortable, un sitio donde lavarse y hacer sus necesidades, no pasa frío, no se cansa... Pero vencer la pereza, sea cual sea la actividad que por vencerla llevemos a cabo, siempre es una gran victoria. Y si es para algo así, si es para fundirse en uno con la Naturaleza, entonces la victoria es doble.

 El gozo de caminar bajo la luna llena, sin más luz que la proyectada por ella, no se puede describir con palabras. Más difícil es aún describir un amanecer tan espectacular como el que he tenido la fortuna de presenciar. Las fotos que uno puede tomar en situaciones así muestran algo, pero no es lo mismo, ni de lejos, que estar allí. Contemplando la belleza, escuchando el silencio, meditando sobre la pequeñez del ser humano y la grandeza de Dios. Y además, hay fotos imposibles de tomar: al este, el sol se desperezaba. Al oeste, la luna se resistía a irse a dormir. Se miraban cara a cara, se saludaban, se decían adiós. Y en medio, yo, pequeño, insignificante, nada, y, sin embargo, predilecto de Dios. La Naturaleza es grandiosa, la naturaleza nos habla de Dios. Quizá por eso su llamada es tan poderosa y atractiva. Si no creyera en Dios, estoy seguro de que la Naturaleza acabaría venciendo mi incredulidad.

miércoles, agosto 06, 2014

PALESTINA


Lo que está ocurriendo desde hace ya semanas en Palestina es... atroz, por decir algo. No hay palabras para describir el sufrimiento que tiene que estar soportando la población de aquella parte del mundo. Me gustaría recomendar un artículo muy esclarecedor del siempre brillante Juan Manuel de Prada, en el que habla alto y claro, sin pelos en la lengua (como siempre lo hace) y negándose, como siempre, a plegarse al pensamiento políticamente correcto que nos dicta lo que debemos pensar y lo que debemos decir. 


A continuación, sigo con lo que hoy quería contar. Se trata del testimonio y el coraje de Udi Segal, un soldado israelí de 19 años. En palabras de Udi, "Israel puede continuar esta ocupación, pero no en mi nombre". En medio de tanto sufrimiento, de tanto odio, de tanta crueldad, siempre hay sitio para el amor. Siempre hay quien se guía por otros principios, más humanos, más auténticos, más verdaderos. No es cuestión de ideologías ni de religiones. Es, simplemente, cuestión de humanidad.

Cuando a Udi le llegaba la edad de incorporarse a filas, se dedicó a estudiar todo lo que pudo acerca del conflicto entre Palestina e Israel. Y llegó a la conclusión de que él no podía formar parte de la ocupación. Ahora espera pacientemente a ser encarcelado. Es considerado un desertor en su país. Sin embargo, dice que la cárcel no le hará cambiar de opinión. Y añade que son cada vez más los jóvenes de su país que piensan como él. Además, otros 50 soldados del Israel Defense Force, se han negado a participar en las operaciones militares contra Palestina, y han explicado sus razones en una carta enviada al Washington Post. Además, miles de representantes de las comunidades judías de todo el mundo se manifiestan en las plazas contra el ataque israelita a Gaza. ¿Hará esto cambiar de opinión a los "neocón" Occidentales, que se las ingenian de mil maneras para justificar la matanza de palestinos? Lo dudo. Pero es esperanzador saber que hay voces, dentro del propio Israel, que se alzan contra la barbarie, que buscan otra salida al conflicto, que se manifiestan, de una u otra manera, por la paz en la región. En medio del horror, emerge la esperanza. Recemos para que sean muchas más las voces, en uno y otro bando, que se alcen contra la injusticia, para llegar a conseguir una salida pacífica, sin más muerte, sin más sufrimiento.

P.S.: la imagen que ilustra mi artículo no es precisamente bella. Pero... es la verdad de lo que está ocurriendo en Gaza. La inmensa mayoría de las víctimas son niños y mujeres. Inocentes que no tienen culpa de nada. Como el niño palestino de la imagen, herido en uno de los ataques del ejército israelí. ¿Hasta cuándo?

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miércoles, julio 30, 2014

GENEROSIDAD


Antes de nada, pido perdón a mis lectores, si es que alguno queda, por mi ausencia en estas páginas durante algo más de dos meses. Podrían esperar ustedes una razón seria que justifique dicha ausencia, pero no la van a tener. Y no la van a tener por el mero hecho de que no existe. Sí, es cierto que tengo obligaciones que cumplir. Pero no tantas como para faltar a la cita con... iba a decir con ustedes, pero... no sé si alguien me sigue esperando mis artículos en estas páginas. En cualquier caso, he faltado, durante dos meses, a la cita conmigo mismo, a la cita con la imaginación, a la cita con la perseverancia, a la cita con el trabajo constante. Todo eso, y quizá algo más, es lo que ha faltado en estos meses, y es lo que ha impedido que yo escribiera en estas páginas. Pero aquí estoy de nuevo. Y si no queda nadie que me lea, me pido perdón a mí mismo. Y sí, me perdono. Ya hemos hablado en algún artículo de la necesidad de perdonar y pedir perdón. Y si ese perdón no empieza por uno mismo, mal comienzo. Es difícil entonces, muy difícil, ser capaz de perdonar a los demás.

Pero bueno, basta ya, que como preámbulo es suficiente. Hoy quería escribir sobre un artículo que encontré hace algunas semanas, artículo que guardé en los favoritos de mi navegador. Pero, oh desgracia, cuando he ido a echar mano de él... ya no estaba. El periódico online que lo había publicado ya lo había borrado de su caché. No puedo, por tanto, dar detalles. Pero sí puedo esbozar, o al menos intentarlo, un resumen de lo que contaba aquel artículo. Y era, sencillamente, que un niño, no recuerdo la edad pero imagino que en torno a diez años, había donado a los pobres todos sus regalos de primera comunión. Sin que nadie le dijera nada, sin que nadie le conminara a ello (los adultos hablan de generosidad muchas veces, pero dudo que alguno animara a un niño de diez años a donar todos sus regalos de primera comunión). Él solo, en un heroico acto de generosidad, decidió prescindir de todas aquellas cosas, que en realidad no necesitaba. A su edad, ya era consciente de que muchos niños como él no sólo no pueden permitirse el lujo de recibir regalos (ya sea por su primera comunión, ya sea por su cumpleaños, ya sea en Navidad...), sino que, muchos de ellos, ni siquiera tienen un trozo de pan diario que llevarse a la boca.

Eso es generosidad, y lo demás son tonterías. Se me puede objetar que quizá el niño nadaba en la abundancia, y... ¡qué menos! Sí, es posible. Pero no deja de ser un niño. Y, por muy generoso que se sea, a esa edad (y a cualquier otra, qué narices) unos cuantos regalos siempre hacen ilusión. Y, para desprenderse de ellos, hace falta coraje, hace falta tener un sentido del desprendimiento muy grande, hace falta tener grandes dosis de generosidad.

Ojalá cundiera el ejemplo. Pero no sólo entre los niños que reciben regalos por su primera comunión. Es más, no sobre todo entre esos niños, sino entre nosotros, los adultos, que tan apegados vivimos a nuestras cosas, a nuestro mundo, a nuestro tiempo, a nuestras miserias. Ojalá fuéramos capaces de empezar a vivir con menos, y, sobre todo, empezar a vivir mirando a los demás en lugar de mirándonos el ombligo. Quizá entonces podríamos empezar a estar en condiciones de llegar a construir un mundo mejor.

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sábado, mayo 24, 2014

HUIR DE LA MUNDANIDAD

Escribe, escribe, ¡escribe!, y no pares de escribir; haz fotos, lee, dibuja, da rienda suelta a tu imaginación. Exprésate, sé libre, crea, da vida a tus sueños, a tus ideas. Trabaja sin cesar, día y noche, realízate, encuéntrate, enloquece y cambia el mundo con tu locura.
Pon la pluma en el papel y déjala correr, no te detengas, ¡sigue hasta el final! Que te llamen loco, que se aparten de ti, que no te comprendan, pero tú sigue hasta el final. 

Busca, sé libre, ¡sé libre! No desees su comprensión, bástate a ti mismo, tú y Dios es suficiente, sé feliz, no dejes que te aten, libérate y corre, no te detengas ni mucho menos dejes que te detengan. ¡Quieren que seas como ellos! Pero no, uno más no, sé único, busca tu identidad, ¡escapa!, huye de la mundanidad.

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miércoles, mayo 07, 2014

¿ME PERDONAS?



Pedir perdón es algo que no es fácil. Perdonar, a veces, tampoco. Sin embargo, merece la pena hacerlo, merece mucho la pena comerse el orgullo y pedir perdón, perdonar a esa persona que tanto daño nos ha hecho, incluso a esa que nos hace la vida imposible. Merece la pena aprender a perdonar y a pedir perdón, porque la paz que ello deja en el interior no se puede describir con palabras. El rencor y el orgullo destruyen las relaciones entre las personas, entre las comunidades, entre los países. No saber perdonar y no saber pedir perdón es causa incluso de graves conflictos, de guerras, de destrucción. 

Es difícil, sí. Pero las cosas que más cuestan son las que más merecen la pena. Como dice el vídeo que adjunto a continuación, nunca deberíamos cansarnos de perdonar ni de pedir perdón. Si queremos aprender a AMAR con mayúsculas, primero debemos aprender a perdonar y a pedir perdón. No vale dejar pasar las cosas, dejar pasar el tiempo. Porque las ofensas, las pequeñas rencillas, los malentendidos, los agravios, las peleas pequeñas o grandes, van dejando poso si no se solucionan, si se dejan pasar esperando que sea el tiempo el que lo arregle todo. En este caso el tiempo lo único que hace es agrandar la pelota y hacer cada vez más difícil la reconciliación. Es necesario, como decía al principio, comerse el orgullo, la vergüenza, los prejuicios, los respetos humanos y lo que haga falta comerse, agachar la cabeza y pedir perdón. A todos nos iría mucho mejor si lo hiciéramos. 

Podría seguir escribiendo y dando razones. Pero muchas veces una imagen vale más que mil palabras. Así que aquí os dejo este vídeo. Compártelo, vamos a intentar que dé la vuelta al mundo. Merece la pena. Gracias.

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domingo, abril 20, 2014

PERSEGUIR LOS SUEÑOS


Tengo un recuerdo de infancia, un recuerdo de esos que quedan indelebles en la memoria, pero que son muy vagos, muy difusos. Debía de ser yo muy pequeño, de ahí que dicho recuerdo sea como una nebulosa. Había una vaca que echaba humo por la nariz (evidentemente, eso era lo que yo veía con mis ojos de niño; no hace falta decir que las vacas no echan humo por "la nariz", sino que sería más bien el vaho por la diferencia de temperatura entre el ambiente y la superficie del animal), había también un olor penetrante a cuadra, y había algunos conejos. Había también mucha paja. Eso es lo que recuerdo, y, como digo, de manera muy difuminada. Era en Cantabria, probablemente en Guarnizo. Esto no lo sé con seguridad, pero... si ese nombre se me quedó grabado en la memoria, por algo será. También tengo el recuerdo de haber insistido más tarde a mis padres, en diferentes ocasiones, que cuándo íbamos a ir de nuevo a ver a la vaca que echaba humo.

Hay en mi memoria otro recuerdo, este algo más reciente, pero también de mi infancia. Mi madre y mis abuelos, en verano, iban a misa diaria a una residencia de monjas. Algunas mañanas yo hacía un gran esfuerzo, me levantaba pronto y me iba con ellos. Junto a la residencia había un establecimiento donde vendían huevos. Huevos recogidos directamente de la puesta de las gallinas que en ese mismo establecimiento tenían. Recuerdo el olor, y recuerdo que mi gran ilusión era ver a las gallinas, ver cómo vivían, cómo ponían los huevos. Y como no se me permitía, me conformaba con escuchar su cacareo y aspirar su olor. Así, era feliz un ratito, mientras mi madre y mi abuela compraban los huevos.

Son recuerdos, repito, muy vagos, especialmente el primero. Pero son recuerdos que han quedado grabados profundamente en mi memoria, en lo más profundo de mi alma. Y es que desde entonces, cuando estoy en el campo, todo mi ser vibra, siento algo muy especial que no puedo describir con palabras. El campo, los animales, la Naturaleza, me hacen revivir de la misma manera que la ciudad me ahoga. Soy feliz caminando por el campo, aspirando con deleite el olor a bosta, sí, ese olor que muchos consideran desagradable y a mí me abre los pulmones y me regenera el aire podrido respirado en la ciudad. Puedo quedarme horas contemplando un rebaño de ovejas, o de cabras, o viendo a las vacas pastar libremente por los verdes prados de la sierra madrileña.

Es mi sueño, y ojalá pueda hacerlo realidad algún día, vivir en el campo, del campo y para el campo. No sé aún cómo; quizá regentando algún establecimiento rural, quizá cultivando una huerta, o quizá una mezcla de todo ello y alguna cosa más. No lo sé. Pero sueño con ello, y aunque me llamen loco, perseguiré mi sueño, ese sueño grabado desde mi más tierna infancia.

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martes, abril 08, 2014

CULTURA DEL BIENESTAR


Más de uno pensará que estoy mal de la cabeza si digo que es la cultura del bienestar uno de los peores inventos del hombre occidental, y una de las causas, probablemente la principal, del adormecimiento moral de las personas. Occidente ha inventado una cultura que invita al quietismo, a la ley del mínimo esfuerzo, a huir de todo aquello que requiere entrega, sacrificio, un mínimo de sufrimiento. Y es así como ha fabricado hombres y mujeres de plastilina, peleles fáciles de manejar, personas que salen corriendo en cuanto oyen hablar de dolor y que ni siquiera son capaces de ir andando a la vuelta de la esquina porque para todo necesitan el coche. Es así como ha fabricado lo que hace años el psiquiatra Enrique Rojas denominó "el hombre light", o lo que Ortega llamó, si mal no recuerdo, "el hombre masa", un hombre con principios de quita y pon, un hombre que cabalga a lomos del relativismo, del hedonismo, del indiferentismo, del materialismo y del más exacerbado individualismo, un hombre que se deja llevar por la corriente, por lo fácil, por lo efímero.

Este hombre, que le podemos llamar light, pero bien podríamos llamarle estúpido, se caracteriza entre otras cosas por lo mencionado más arriba, pero se le podría definir también por muchos otros comportamientos. Uno de los más característicos es que cree tener por una de sus más fieles amistades a quien realmente es uno de sus peores enemigos, la televisión. Suele ponerla en casi todas las habitaciones de su casa, incluidas las de sus hijos, que crecen maleducados, sin control ninguno, por este aparato y toda la basura que emite. Muchas cosas podríamos decir de la televisión, pero se alargaría tanto este artículo que lo dejaremos para otro.

Otra de las cosas que caracteriza a nuestro hombre masa es la queja continua. Se queja porque hace calor, pero también se queja porque hace frío; se queja porque llueve, pero también porque no llueve; se queja porque tiene hambre, pero también porque ha comido demasiado; se queja porque no tiene trabajo, pero también porque trabaja al menos doce horas al día. Se queja incluso por sus excesos, que él mismo no ha sido capaz de controlar. Se queja, se queja, se queja, y no deja de quejarse, porque no sabe hacer otra cosa, aparte de estar tumbado frente al televisor, con el cerebro desactivado y absorbiendo como por ósmosis todo lo que la caja malvada le quiera contar.



Es un hombre, como decíamos al principio, incapaz del mínimo esfuerzo, incapaz de comprometerse con nada, un hombre que entra en depresión en cuanto se tambalea un poco el edificio de ilusiones (de vanas y falsas ilusiones) que se había construido. Otra de sus características es el sentimentalismo llevado al extremo. El amor no es tal para este hombre del siglo XXI, pues en cuanto las cosas vienen mal dadas huye, sale corriendo, no es capaz (ni siquiera se lo plantea) de buscar la manera de renovar la ilusión primera, de hacer lo que tiene que hacer y poner en juego la voluntad, el esfuerzo, la reciedumbre. Son todas ellas virtudes que no existen en su pobre y tibio diccionario. Para este hombre masa sólo cabe el disfrute, no entiende de entrega ni mucho menos de sacrificio. El amor -lo que él llama amor- dura lo que dura, y cuando se termina se busca otro y todo arreglado.

No es de extrañar que, ante un panorama así, uno de los negocios más lucrativos en este mundo sea el de la pornografía. Ni los sex shops ni la prostitución entienden de crisis económica, y mientras otros negocios se derrumban o, como mínimo, se tambalean, estos ni siquiera se inmutan. Y lo mismo podemos decir del mundo de las drogas. Un mundo al que, en su degradación más absoluta, acaba acudiendo muchas veces el hijo del bienestar, hastiado de un mundo que no le satisface, hastiado incluso de sí mismo y buscando evadirse en un mundo irreal que al final acaba dejándole aún más vacío de como estaba. 

Pero de este hombre quejoso, de este hombre ya anciano a los veinte años, de este hombre blandiblú, de este no será el mundo. Pues el mundo pertenece a los valientes, a los que saben luchar por un ideal, a los que se dejan la piel por aquello que vale la pena, a los que saben amar con mayúsculas, a los que tienen opiniones firmes que no cambian con el viento y van en busca de la Verdad. Estos, que son los verdaderos hombres, son los que alcanzarán la gloria, son los que se llevarán el laurel divino. 

He resumido mucho, pues son muchos otros los males que van asociados a la cultura del bienestar. Pero tiempo tendremos de extendernos en próximos artículos, y de hablar también de las virtudes con las que hacerle frente, virtudes que no están de moda pero que son fundamentales para sobrevivir en este mundo enfangado y pestilente. Por hoy, valga esta introducción a la cultura del bienestar, origen de muchos de los males que aquejan al mundo, especialmente a Occidente.

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viernes, marzo 28, 2014

LA PACIENCIA


La paciencia es una hermosa virtud que, en los tiempos que corren, muchas veces brilla por su ausencia. Me atrevería a decir que es casi incompatible con el ritmo de vida que llevamos. Queremos las cosas aquí y ahora, queremos resultados inmediatos, no sabemos esperar, y si algo tarda más de lo que esperábamos enseguida nos ponemos nerviosos. Y es algo que ocurre en todos los ámbitos de la vida. Ocurre en el trabajo, ocurre en las relaciones interpersonales, ocurre cuando vamos a comprar algo y tenemos que hacer cola para ello, ocurre cuando el ordenador tarda un poco más de lo esperado en dar el resultado de aquello que le habíamos pedido... A menudo perdemos la calma, incluso los estribos, y generamos conflictos innecesarios, por no saber esperar, por no ser capaces de cultivar la bella virtud de la paciencia. Quizá en ese sentido tenemos mucho que aprender de las culturas orientales, o incluso de los hombres del campo, que han aprendido a esperar, han aprendido que las cosas llegan cuando tienen que llegar. Habiendo trabajado antes para que lleguen, claro está. No se trata tampoco de sentarse a esperar que nos caigan las cosas del cielo, porque eso no tiene nada que ver con la paciencia y sí mucho con la holgazanería. Igual que el campo tiene sus ciclos, y, una vez preparado y cultivado, hay que esperar a que dé su fruto para llevar a cabo la cosecha, asimismo ocurre con todo lo que hacemos los humanos. Primero trabajar las cosas, cultivarlas, y después, con santa paciencia, esperar a que den sus resultados. Si actuáramos de esta manera, nos ahorraríamos muchos disgustos, viviríamos más relajados y más felices, nuestra calidad de vida mejoraría sustancialmente. Y existen muchas manera de ejercitar la virtud de la paciencia. Para los creyentes, una buena manera de aprender a ser pacientes es el santo abandono. Es decir, el ora et labora que nos enseñaron los monjes. Se trata de hacer lo que uno buenamente pueda, poner todo el esfuerzo en llevar a cabo lo que tiene entre manos, y, después, dejarlo todo en manos de Dios, para que pase lo que tenga que pasar. Y es la oración, donde uno se encuentra con ese Dios personal que nos escucha, el mejor método para cultivar la virtud de la que hoy hablo. 

Quizá esto para un no creyente suene raro. Pero es probable que no le suene tan raro si le hablo de meditación. Quizá algún día hable más despacio de esta técnica, pero, en líneas generales, meditar es sentarse en silencio durante un rato, y no ocuparse de nada más. Dejar a un lado las preocupaciones y los agobios, y preocuparse únicamente de respirar pausadamente y no pensar en nada. Así, poco a poco, la paciencia va formando parte de nosotros mismos y podemos ir aplicándola a todas las facetas de nuestra vida.
Otra técnica muy de moda hoy en día, en la que no estoy muy versado pero que, por lo poco que sé de ella tiene que ejercer efectos muy beneficiosos en quienes la practican, es la llamada mindfullnes. Una técnica que, resumiendo mucho -quizá un día también dedique algún artículo a ello-, consiste en estar concentrado en lo que uno está haciendo, sin preocuparse de lo que hizo antes ni de lo que tiene que hacer después. Así, las cosas salen mejor, la productividad se multiplica, y los esfuerzos se concentran de manera mucho más efectiva en lo que uno tiene entre manos, de manera que los resultados son mucho mejores.
En definitiva, se trata de, a través de las técnicas que consideremos más efectivas, aprender a ser pacientes. Lo agradeceremos nosotros mismos, alcanzando una mejor calidad de vida y disminuyendo el estrés que padecemos, y lo agradecerán los demás, con quienes seremos capaces de ser más amables y más comprensivos.

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domingo, marzo 02, 2014

VIVIR LA VIDA


Ayer sábado por la noche tuve la suerte de disfrutar de una cena-tertulia con el insigne doctor César Pérez de Tudela. Quizá conocido sobre todo por su relación con el alpinismo -es, de hecho, uno de los más conocidos divulgadores de este deporte en España-, Pérez de Tudela es, además, un pozo de sabiduría del que uno puede aprender muchísimo. Pérez de Tudela es licenciado en Derecho, doctor en Ciencias de la Información y miembro de la Real Academia de Doctores de España. Es, además, escritor -ha escrito más de 30 libros-, ha colaborado en programas de radio y televisión, y ha recibido numerosos premios, entre los que se encuentran la Medalla de Oro de la Real Orden al Mérito Deportivo, la Cruz de Plata al Mérito de la Guardia Civil, Placa de Honor de la Mutualidad General Deportiva, y muchos otros. Y a pesar de todo esto (y mucho más, que no relato aquí, pues entonces este artículo no acabaría nunca), César es una persona humilde, que no alardea de sí mismo ni de sus logros, con quien se puede hablar de tú a tú y dispuesto a transmitir todo su conocimiento con el único fin de estimular a cualquiera que quiera escucharle a vivir una vida plena y rica, como la que ha vivido -y sigue viviendo- él mismo.
Decía que Pérez de Tudela es un pozo de sabiduría. Pero lo es, además de por su extensísima cultura y abundancia de conocimientos, fundamentalmente por su amplísima experiencia de vida. César Pérez de Tudela ha estado varias veces al borde de la muerte, se ha enfrentado a ella cara a cara -él dice que ha vuelto más de una vez de la muerte-, y eso le ha dado una vitalidad, un optimismo ante la vida, una fuerza para luchar contra las adversidades dignas de admiración. Uno de los sucesos más trágicos a los que tuvo que enfrentarse fue la muerte de su mujer, Elena de Pablo, en una expedición al Himalaya. César acababa de coronar un duro pico de casi 8000 metros, y bajaba emocionado al encuentro de su mujer. Lo que encontró fue un cadáver. En su propio blog habla de aquella tragedia, y dice que ello representó para él una vacuna contra la vanidad y un doctorado de la vida.


Escuchar a César Pérez de Tudela es, sin duda, una grandísima suerte. Uno sale con más ganas de vivir, con mayor ilusión por alcanzar los propios sueños, con una gran vitalidad, con ganas de pelear hasta la extenuación por superarse a si mismo día a día. Podría extenderme hasta el infinito, seguir escribiendo líneas y líneas. La tertulia de ayer fue para mí una gran lección, y, como digo, una inyección de optimismo. Creo que nos quejamos demasiado por las dificultades que la vida nos presenta -yo, al menos, he de reconocerlo, lo hago-, y que en lugar de quejarnos, deberíamos afrontar las cosas como vienen y vivir la vida en su máxima expresión, exprimirla hasta agotarla, reírnos de nosotros mismos, de los peligros a los que podamos enfrentarnos -deberíamos enfrentarnos a más peligros, pues llevamos una vida demasiado cómoda y ese es uno de los mayores males de la sociedad de Occidente-, de las tragedias que la vida trae consigo. Decía anoche César, que si cae de una montaña lo más que le puede pasar es matarse. Y así es. Quizá la muerte no sea tan trágica como nos la presentan. O sí. Es posible que lo sea, si uno no ha sido capaz de vivir a tope, si uno ha dejado que los días vayan pasando sin más, que las hojas del calendario de su vida se vayan cayendo sin haber escrito en ellas nada interesante. Entonces, sólo entonces, es posible que la muerte sea una tragedia. Pero si uno ha sido capaz de vivir la vida como ayer nos la presentó César Pérez de Tudela, entonces la muerte no es más que otra etapa, el siguiente paso, el definitivo, el del encuentro con la eternidad, represéntesela cada uno como se la represente.
Estamos a tiempo -siempre lo estamos- de dar un giro a nuestras vidas. De convertirlas en algo especial, rico y lleno de aventura. La vida es una gran montaña que todos tenemos que subir, y no vale quedarse abajo mirándola sin más, por miedo a los peligros que podamos encontrar en el camino. Si hacemos eso, si renunciamos a subir la montaña, si renunciamos a vivir, nos iremos pudriendo poco a poco y nunca alcanzaremos la tan ansiada felicidad. Así que... vamos a vivir. Lo cual significa arriesgar, ganar unas veces y perder otras, caer y volver a levantarse, superar dolores y tragedias, reír y llorar con ganas, luchar, luchar hasta el agotamiento, luchar hasta el último suspiro.
Gracias, don César, por su gran ejemplo. Gracias de corazón.

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