miércoles, septiembre 30, 2015

LOS ACTOS TIENEN CONSECUENCIAS



Hace algunos días, alguna semana ya, quizá, un amigo me envió un vídeo, sugiriéndome que podía servirme para alguno de mis artículos. El vídeo yo lo había visto hace tiempo, y me reí mucho. Pero no me paré a pensar que, además de pasar casi cinco minutos de lo más divertido, podía servir también para reflexionar sobre cómo educar a los hijos.

Os dejo con el vídeo, que seguro habéis visto ya, pues ha corrido por las redes sociales como la pólvora, y luego comentamos un poco.


¿Os imagináis los momentos previos al vídeo? ¡La que tuvieron que organizar! También me puedo imaginar al padre al verlos. Imagino que la primera reacción pudo ser montar en cólera al ver cómo se han puesto sus hijos, y cómo han puesto la casa. Eso no se ve en el vídeo, pero el padre se lo echa en cara a los niños.

Por otro lado... qué curioso, vivimos en el mundo de Internet, y lo primero que se nos ocurre, ante algo que consideramos puede tener audiencia, es ir corriendo a por la cámara de vídeo para grabarlo. En cualquier caso, lo interesante es la conversación que tiene el padre con sus hijos, tratando de contener la risa al ver semejante cuadro, y al escuchar las respuestas del mayor y cómo el pequeño se somete a las respuestas de éste.

Me parece instructivo que el padre dialogue con sus hijos, salvando las distancias, como si fueran adultos. Podía haberles echado una bronca tremenda, haberles mandado a su habitación castigados... y sin embargo lo que hace es dialogar con ellos pidiéndoles explicaciones por lo que han hecho. Así, les enseña que los actos tienen consecuencias, y que cuando uno decide hacer algo, después ha de hacerse responsable de esas consecuencias. En este caso, la consecuencia de haber hecho un mal uso de la pintura es que esa noche no tendrán zumo para cenar, además de tener que limpiar lo que han manchado. Al principio no quieren asumir el castigo, pero pronto se dan cuenta de que, como les dice el padre, están en serios problemas, y no les queda otra que asumir las consecuencias de lo que han hecho. A pesar de la risa que el padre a veces no es capaz de aguantar, consigue hacerles entender que la situación no es graciosa, que él no está contento y que lo que han hecho no está bien.

Otra cosa que me parece instructiva en el vídeo es cómo, sin que ellos se den cuenta, les "obliga" a decir la verdad. Al principio el mayor echa balones fuera, y carga toda la culpa sobre su hermano. De hecho, dice que él no va a limpiar nada, que lo va a hacer su hermano. Pero poco a poco se va dando cuenta de que eso no le va a servir de nada. Llega un momento en el que es el pequeño el que trata de eludir la responsabilidad, y dice que no se siente culpable. Pero entonces se fija en el mayor, que ya ha entendido, e imita su asunción de responsabilidad. Finalmente asumen, sin dramas ni broncas, que tendrán que limpiar lo que han manchado.

¿Qué os parece? Creo que a veces tratamos a los niños como si fueran tontos o algo así, como si por el hecho de ser niños no pudieran entender una serie de normas, como si para ello hubiera que gritarles, imponerles grandes castigos, encerrarles... Pero... ¿no es mejor una actitud así? ¿No es mejor tratarles como personas razonables capaces de asumir la responsabilidad de sus actos? Pienso que esto es más instructivo, y, a la vez, crea un clima mucho más sano dentro de la familia. Tras una bronca, un niño puede quedar asustado, sin ganas de acercarse a su padre en un buen rato. Y, bronca tras bronca, la confianza puede ir debilitándose. De esta otra manera los niños aprenden a ser adultos, aprenden que en la vida hay que poner límites, que no todo vale, que, como hemos dicho antes, los actos tienen consecuencias y todos debemos asumir la responsabilidad de esas consecuencias.

¿Qué opináis? Me interesa sobre todo la opinión de los que sois padres, abuelos, educadores... ¡Gracias por vuestra participación!

lunes, septiembre 21, 2015

ÉPICA



Estos días pasados hemos tenido la oportunidad de vivir una nueva gesta del deporte español. Nuestra selección de baloncesto, capitaneada por un Felipe Reyes que, como los grandes vinos, mejora con la edad, y liderada por Pau Gasol, un hombre de otro planeta, nos ha vuelto a dar una alegría, otra más, y van... unas cuantas. Pero esta vez ha sido, si cabe, de forma más heroica, más épica. Algunos de los mejores (Ricky Rubio, Juan Carlos Navarro, Abrines, Marc Gasol, Calderón) no estaban. Esta vez, como los propios protagonistas reconocieron, había menos talento. Pero había mucha furia, mucha garra, muchas ganas, mucha pasión... ¡muchos huevos!

El campeonato empezó con un revés, la derrota ante Serbia, uno de los grandes favoritos del torneo. Después pasamos por encima de los turcos, cargando la mochila con ánimos renovados. Pero a continuación Italia volvió a mostrarnos la cruda realidad, y nos vimos obligados a ganar a otra gran potencia del baloncesto, Alemania, liderada por Nowitzki. Eran ellos o nosotros. El que ganaba seguía, el que perdía quedaba fuera. Y volvimos a dar la cara, volvimos a mostrar nuestra casta, volvimos a decir a Europa que nuestro objetivo era el oro y no otro. 

Pero antes, un camino lleno de escollos. Quizá el menos complicado el primero, Polonia. Pero a partir de ahí... a partir de ahí tuvimos que vérnoslas con las favoritas del torneo, con rivales realmente duros y complicados, con muchísimo talento y mucho baloncesto en sus filas. En cuartos de final, Grecia, ante la cual tuvimos que sudar la gota gorda. Pero fue en semifinales, ya en territorio francés, cuando España dejó claras cuáles eran sus intenciones. En casa del anfitrión, con todo en contra (incluidos los árbitros, cuya actuación dejó muchísimo que desear), y cuando peor estaban las cosas, apareció un hombre de otro planeta, y, escoltándolo, un equipo de gladiadores, un equipo de espartanos que fueron capaces, entre todos, creyendo en sí mismos, creyendo en la victoria, de dar la vuelta a un partido que parecía perdido. Y lo hicieron poniéndose el mono de trabajo. Probablemente -seguro- con menos talento que los franceses. Pero con más rabia, con más fuerza, con más coraje, con más pasión, con esa furia que nos ha caracterizado a los españoles a lo largo de la Historia, con más... cojones, sí, por qué no decirlo, con más cojones que ellos. Es posible que los franceses tuvieran mejores jugadores, además del apoyo de la grada, y de los árbitros en decisiones decisivas. Pero España demostró poder con eso y mucho más, demostrando al mundo que no todo en la vida es talento. Y, resurgiendo de las cenizas, cual Ave Fénix, se llevó una victoria que parecía imposible.

Por último llegó Lituania. Un equipo de soldados, como lo definió Rudy, un enorme Rudy que jugó todo el campeonato lesionado, con dolores de espalda, que en ocasiones le hicieron sufrir lo indecible. Pero España llegaba con carrerilla, llegaba con la fuerza de haber derrotado a Francia cuando parecía imposible, llegaba creyendo más que nunca en el oro, y se llevó el partido de manera más sencilla a la que se esperaba. Y no porque Lituania no opusiera resistencia. Sino porque desde el principio, como dijo el "extraterrestre", bajaron el culo, se pusieron el mono de faena y lucharon cada canasta como si fuera la última. Y ante eso, los lituanos nada pudieron hacer.

La selección española ha dado grandes lecciones durante estos días de campeonato. Nos ha enseñado, como ya he mencionado, que, además del talento, son necesarias otras virtudes para ganar las grandes batallas de la vida. Hace falta mucha fuerza, mucha determinación, hace falta coraje, hace falta creer, y hace falta trabajar en equipo. Porque si algo ha demostrado nuestra selección, es que es un gran equipo, una piña, como se suele decir. Todos aportaban algo, nadie se escondía, nadie se quejaba cuando le tocaba estar en el banquillo, todos remaban en la misma dirección. Todos a una, especialmente en los momentos difíciles. Nos han enseñado también la importancia de levantarse después de cada caída, de volver a luchar, de creer en la victoria incluso cuando ésta parece más lejana. Nos han enseñado también cómo hacer oídos sordos a las críticas, o, mejor aún, como servirse de esas críticas para lograr aún más fuerza. No fueron pocas las voces críticas hacia el seleccionador por llevar a la plantilla que llevaba, y hacia algunos de los jugadores, jugadores que han callado muchas voces con su juego y con su entrega.

Todas esas lecciones las podemos aplicar a nuestra vida. Luchar por nuestros sueños, y alcanzarlos, es posible si en ello se pone toda la pasión, todo el coraje, toda la rabia, toda la fuerza del mundo. Y constancia, mucha constancia. Trabajar un día y otro, después de cada victoria y después de cada derrota. Levantarse una vez y otra, pelear, bregar, dar cada día un nuevo paso, aunque sea pequeño. Y, como dije en mi último artículo, disfrutar del camino. Esa es otra de las cosas que han hecho nuestros héroes: disfrutar de cada partido, disfrutar de la convivencia entre ellos, pasárselo bien jugando al baloncesto. Y sufrir juntos cuando tocaba. Que la vida es eso, alegría y disfrute, pero también sufrimiento y tristeza. Todo ello, en la misma batidora, para alcanzar el éxito, para alcanzar la felicidad. Cada día. Paso a paso. ¡¡A por ello!!

lunes, septiembre 14, 2015

DISFRUTAR DEL CAMINO



El pasado fin de semana tuve la suerte de vivir un intenso y bonito fin de semana junto a mis compañeros, coaches y formadores del curso de coaching en el que me encuentro embarcado. Se trataba del fin de semana de la confianza, fin de semana en el que hemos tenido la oportunidad de tomar conciencia de lo que significa confiar en nosotros mismos y en los demás (lo primero es esencial para que se dé lo segundo; si yo no confío en mí mismo, difícilmente voy a poder confiar en los demás). Y aprovecho, una vez más, para expresar mi agradecimiento por todo lo que estoy viviendo en este curso.

Pasaron muchas cosas a lo largo de ese fin de semana, todas muy bonitas y formativas. Pero quería centrarme hoy en un ejercicio, y la reflexión a la que ese ejercicio nos llevó, que tuvo lugar el sábado por la mañana. Se trataba de un ejercicio en el que cada uno se fijaba un objetivo, y a la de una, dos y tres, se lanzaba en su busca. El resultado fue que... en cuanto escuchábamos la palabra "tres", nos lanzábamos como locos a por nuestro objetivo, cual fieras salvajes se lanzan a por su presa en mitad de la sabana. No reparábamos en si teníamos algo por delante o no, no nos deteníamos a mirar quién caminaba -más bien corría- a nuestro lado, no nos fijábamos en nada más que en nuestro objetivo. Sólo nos importaba eso, conseguir el objetivo que nos habíamos marcado.

Y esto, querido lector, ¿no te dice algo? No hay más que echar un vistazo al mundo exterior para observar un comportamiento similar al que tuvimos mis compañeros y yo en esa mañana de sábado. Es más, ni siquiera hay que mirar hacia afuera. Basta con mirar cómo nos comportamos nosotros mismos en numerosas ocasiones. Vivimos en un mundo altamente competitivo, es más, la sociedad capitalista y consumista se basa precisamente en eso, en la lucha por alcanzar un objetivo. Se basa en la competencia feroz, en la ley del más fuerte, en la búsqueda del éxito a toda costa, sin importar lo que vamos dejando en el camino. En las empresas abundan los llamados "trepas", que tratan de llegar a lo más alto aun a costa de dejar cadáveres por el camino (hablo, evidentemente, en sentido metafórico). Los objetivos personales están a menudo muy por encima del compañerismo. Y para llegar a ellos vale todo. Vale la mentira, vale la hipocresía, vale la adulación al de arriba y la humillación del de abajo, vale la calumnia para eliminar competidores, vale el soborno, el tráfico de influencias, vale cualquier cosa que pueda ayudar a conseguir el premio final. Y eso se da tanto a nivel personal como, sobre todo, a nivel empresarial. Un ejemplo claro son los Bancos. El objetivo es ganar dinero, y para ello se enfangan en todo tipo de trampas legales para saquear a los clientes (no hay más que ver las abusivas comisiones a las que nos someten) y ganar cuanto más dinero mejor. Otro ejemplo son los partidos políticos, sobre los que sobra decir nada. Y todo esto empieza en la escuela. Ya desde pequeñitos nos enseñan a competir, nos dicen que debemos luchar por ser el mejor de la clase, por conseguir las mejores notas, nos hacen ver que si no conseguimos eso nunca podremos llegar a ser felices, no podremos hacer la carrera deseada, no podremos ser buenos médicos, buenos ingenieros, buenos arquitectos. Y, curiosamente, las asignaturas que hablan de la vida, como es la Filosofía, quedan a un lado, se les quita toda su importancia, se las considera asignaturas menores.

Vivimos en un mundo tan competitivo, que, en ese afán por conquistar nuestros objetivos, se nos acaba olvidando vivir. Como nos pasaba el sábado por la mañana en el citado ejercicio, corremos enloquecidos en pos de nuestro objetivo, y no miramos a nuestro lado. No miramos, ni mucho menos conversamos, con nuestros compañeros de camino. Ni siquiera nos fijamos en ellos, no los conocemos, no nos paramos a pensar si juntos podríamos llegar más lejos. Corriendo a todo correr se nos pasa la vida, y nos perdemos las maravillas que ésta nos regalaría si nos paráramos un poco a contemplarla despacio. Nos perdemos atardeceres y amaneceres, nos perdemos la risa de un niño, nos perdemos cientos de conversaciones agradables, nos perdemos la sabia conversación de un anciano, nos perdemos el placer de caminar bajo la lluvia y el secarnos después junto al fuego charlando sin prisas con los nuestros. Y nos perdemos cientos y cientos de oportunidades de una vida mejor, que ni siquiera vemos porque estamos centrados en un objetivo que, una vez que lo alcanzamos, muchas veces ni siquiera nos satisface. Y entonces buscamos otro... y comenzamos de nuevo a correr, una vez más olvidándonos de vivir.

El silencio, la quietud, la calma, el vivir despacio, son grandes lujos que dejamos de lado y que deberíamos recuperar para lograr una vida más plena, más satisfactoria, más feliz y más auténtica. El compañerismo, el colaborar unos con otros por encima de la maldita competencia, la solidaridad, la vida en común, todas esas cosas son las que nos hacen más humanos y por tanto más felices. Y no el ganar más dinero, el llegar más lejos, el trepar más alto, que lo que nos lleva es a envejecer más rápido y a tener el corazón podrido, el alma triste y la mirada apagada y gris.

Yo propongo, como medidas para ralentizar un poquito nuestras vidas, algunas ideas: dar de vez en cuando un paseo por el campo; aprender a meditar; pasar algunos minutos a solas cada día, en silencio; reducir drásticamente el tiempo dedicado a ver TV y sustituirlo por la lectura de un buen libro y/o por la conversación pausada con la familia y los amigos; si eres jefe dentro de una empresa, dedicar tiempo a conocer a tus empleados; y si no lo eres, dedicar ese mismo tiempo a conocer a tus compañeros. Son sólo algunas ideas. Se me ocurren muchas más, pero se me ocurre también otra cosa: tú que me lees, piensa en alguna idea diferente a las que yo acabo de plasmar aquí, y déjamela en un comentario. Si todos los que me leéis lo hacéis, podemos, entre todos, terminar un bonito artículo. También te invito a compartir este artículo con familiares, amigos, compañeros de trabajo, conocidos... y así agrandar aún más el número de ideas. ¿Te animas? 

miércoles, septiembre 09, 2015

LA VIDA EN HORA Y MEDIA



El pasado viernes por la tarde, después de comer, decidí ir a dar un paseo por El Pardo, con Zarko, mi perro. Así que cogí el coche, y allí nos fuimos. Llegamos a eso de las 15.30, quizá un poco después. No había nadie, estábamos solos, todo era perfecto para pasar un rato relajante, alejados del ruido, de la contaminación, del bullicio de la ciudad. Sólo había una pega, si es que se le podía considerar pega (quizá para otros lo fuera, para mí, en principio, no tanto): el cielo amenazaba tormenta. Si mirabas hacia un lado, aún había tramos bastante despejados. De hecho, nuestros primeros pasos fueron acompañados de un sol que picaba en el cuello al caminar. Pero si mirabas hacia el lado contrario... densas nubes, cada vez más negras, parecían anunciar un segundo diluvio universal. Pero como decía antes, para mí, en principio, una tormenta de verano no es un gran obstáculo para darme un paseo por el campo. Sí lo sería si el destino fuera otro, y si la tormenta fuera eléctrica. Pero en este caso, lo más que me podía pasar era que me mojara un poco. Así que decidí continuar.

Y a medida que lo hacía, las nubes se acercaban cada vez más, cada vez eran más densas, más oscuras, más amenazantes. Algunos kilómetros más allá, hacia el oeste, en la sierra, las nubes ya descargaban con fuerza. Y todo parecía apuntar a que era cuestión de tiempo que descargara también sobre nosotros. Paré un momento mientras Zarko buscaba conejos entre los matojos de piorno. Dudé si continuar o no la marcha... y finalmente decidí desafiar a la tormenta y seguir caminando.


El paseo era agradable, la temperatura también. El sol, que al principio molestaba, ya había dejado de hacerlo. Caminábamos Zarko y yo solos, acompañados de vez en cuando por algún conejo o alguna liebre que hacían las delicias de mi atlético perro. Nunca los coge, y no por falta de velocidad. Antes o después los astutos lepóridos encuentran una madriguera donde esconderse o un matorral tras el que hacer un quiebre de despiste. Pero a Zarko no le importa. El hecho de perseguirlos, aun no logrando darles alcance, ya es para él gran motivo de satisfacción. Y para mí... para mí es una delicia verle correr, deleitarme con sus movimientos gráciles y atléticos, verle suspenderse en el aire galopando entre los matorrales.

De vez en cuando me detenía a hacer alguna foto. La naturaleza me regalaba maravillosos cuadros dignos del mejor de los pintores. Es una de las buenas cosas de las tormentas. Las nubes proporcionan al cielo una magia especial, le dan un aspecto tétrico y a la vez embriagador, lo dibujan con una luz especial y un colorido sin igual. 

De pronto comenzó a levantarse un aire, al principio no demasiado fuerte pero que iba incrementando su potencia poco a poco, y que traía consigo algunas gotas de agua, de momento pocas. Pero todo avanzaba a gran velocidad. La fuerza del viento, las nubes, cada vez más densas y oscuras... Hasta que el cielo quedó encapotado del todo, y en cuestión de segundos comenzó a llover con furia, al tiempo que la temperatura bajaba de golpe varios grados. Mientras, Zarko permanecía ajeno a la climatología, y seguía a lo suyo, que era jugar con palos y perseguir conejos.


Y en medio de la tormenta, caminando bajo la lluvia, nos topamos con la muerte. ¡Ah, la muerte, esa indeseada, esa cruel compañera de camino, esa desconocida! Huimos de ella como de la peste, le damos la espalda, no queremos ni oírla nombrar. Y sin embargo, ella, caprichosa y burlona, siempre está ahí, siempre al acecho, siempre a la vuelta de la esquina, esperando su momento, segura de atraparnos en cualquier estación de nuestro viaje. Y yo me pregunto... ¿qué sentido tiene ignorarla? ¿Qué pretendemos conseguir declarándola tabú? Al fin y al cabo, si hay algo seguro en nuestras vidas es que nos vamos a morir. Y de nada sirve ignorarla. 

Pero no, no pretendo, hablando hoy de la muerte, amargarle a nadie la mañana (o la tarde, o la noche, o el momento en el que estés leyendo esto). Al fin y al cabo, no estoy hablando de nada que no conozcamos de sobra. A lo que quiero llegar es a que... si dejáramos de vivir de espaldas a la muerte, si dejáramos de vivir como si nunca nos fuéramos a morir, quizá nuestra vida sería más plena, quizá aprovecharíamos mejor cada momento de nuestra existencia, quizá viviríamos con mayor intensidad. Y es probable que, al llegar el momento de salir de este mundo, lo hiciéramos con mayor dignidad, con más valentía, sin tanto miedo, sin tanto dramatismo. Dicen que uno muere como ha vivido. Si vivimos como cobardes, moriremos como cobardes. Y si vivimos valientemente, exprimiéndole a la vida todo su jugo, moriremos con valentía.


Y tras la tormenta, igual que ocurre en la vida, salió el sol. El viento se llevó las nubes, y con ellas a la lluvia, que fue disminuyendo su fuerza poco a poco hasta desaparecer por completo (aunque, curiosamente, durante un rato seguía cayendo aun sin ninguna nube en el cielo). Igual ocurre, decía, en nuestras vidas. De vez en cuando aparecen tormentas que amenazan con destruirlo todo. Parece que van a ser eternas, que nunca van a desaparecer. Nos hacen creer que nuestra vida ya será siempre así, gris, oscura, triste, sin esperanza ninguna. Sin embargo, antes o después, muchas veces cuando menos lo esperamos, las nubes desaparecen y sale el sol para hacer brillar de nuevo nuestra vida. Pero... esos momentos de luz no serían igual de brillantes sin haber pasado antes por las oscuras tormentas. La calma no tendría valor sin la tempestad. Ambas son necesarias, son ingredientes, para alcanzar una felicidad plena. Son la cara y la cruz de la misma moneda, no se pueden separar. Y cuando lo intentamos, cuando pretendemos vivir siempre en la luz sin aceptar la oscuridad, es cuando aparecen las neurosis, las depresiones, la amargura (sin negar, eso sí, que todo esto pueda aparecer a veces por otras causas ajenas a nosotros). Lo bueno es saber que, al final, siempre sale el sol.


Finalmente llegué al coche seco y sin rastro de haber caminado durante casi una hora bajo la lluvia. En hora y media de paseo (poco más), pude disfrutar de numerosos regalos que esa tarde me quiso hacer la naturaleza, invitándome a reflexionar sobre la vida. Me regaló también unas cuantas fotos, algunas de las cuales comparto con vosotros en este artículo.

Una vez más, gracias por leerme, por estar ahí. Por vuestros comentarios, por vuestros ánimos, por vuestras felicitaciones, por vuestras críticas. Gracias por vuestra presencia.

martes, septiembre 01, 2015

¿TE VAS A QUEDAR AHÍ TIRADO?



Estaba preparando una charla que tengo que dar próximamente, y buscando material para la misma me he reencontrado con un vídeo que ya vi hace tiempo. Se trata de un fragmento de una conferencia de Nick Vujicic, un hombre que nació sin brazos ni piernas. Lo he visto ya varias veces, y cada vez que lo veo vuelvo a emocionarme. Os dejo con Nick, y luego comentamos.


La calidad del vídeo no es la mejor, pero tampoco es necesario mucho más. El mensaje se entiende perfectamente. Y, la verdad, no habría mucho que decir, no habría más que añadir. Pero yo me pregunto... ¿por qué nos quejamos tanto? ¿Por qué, en cuanto las cosas nos salen mal, o no salen como nosotros queríamos, o no salen a la primera, tiramos la toalla y nos vamos a un rincón a llorar? ¿Por qué, de qué nos sirve, hacernos las víctimas, echar la culpa de todo a nuestro entorno, a la sociedad, al sistema, en lugar de hacernos responsables de nuestra propia vida? El protagonista del vídeo bien podría haber pensado, "la vida para mí no tiene sentido, no puedo hacer nada". Y sin embargo, ahí lo tenemos, dando ejemplo de coraje y superación. Podéis encontrar muchos más vídeos sobre él en la red. Por ejemplo, hay uno en el que nos cuenta un poco de cómo se las arregla en casa. Podéis verlo pinchando en este enlace

Ahora Nick, que podía haberse dedicado a lamentar su mala suerte, está casado con una bellísima mujer y tiene un hijo encantador. Todos los días, o casi todos, publica en las redes sociales, recordando al mundo que la vida puede, y debe, vivirse intensamente. 

Ayer por la noche, cuando trataba de dormirme, me llegó la noticia del fallecimiento de un compañero de un curso reciente. Eduardo tenía 41 años y un accidente de tráfico acabó con su vida. Pero... ¿por qué cuento esto? ¿Qué tiene que ver con lo que estamos hablando? Pues tiene que ver mucho. Tiene que ver que no sabemos cuándo nos vamos a ir de este mundo. Eduardo lo estaba pasando mal, su vida no era como le gustaría. Pero luchaba para salir adelante, y, poco a poco, lo iba consiguiendo. Finalmente, probablemente cuando menos lo esperaba, y cuando un montón de planes le esperaban a la vuelta de la esquina, lo que encontró fue la muerte. Y eso nos puede pasar a cualquiera. Ninguno estamos libre de ello. Todos tenemos fecha de caducidad, nuestro paso por este mundo es efímero. Por eso, ¿no deberíamos exprimir a fondo cada uno de los instantes de cada uno de los días de nuestra vida? No sabemos si va a ser el último. 

Nick nos enseña a ello. Nos enseña a levantarnos cada vez que caemos, una, dos, diez, mil veces, las que sean necesarias. Nos enseña a saltar por encima de las dificultades, a reírnos de ellas, a afrontarlas con coraje y dignidad. Nos enseña a vivir la vida con alegría, sin excusas, haciéndose responsable de lo que le ha tocado vivir, de sus circunstancias, de sus incapacidades. Y si él puede, ¿no vamos a poder nosotros? 

¡Adelante con la vida! Adelante con sus grandezas y con sus miserias, adelante con sus pruebas y sus dificultades. Adelante, siempre adelante, con la cabeza bien alta y levantándose tras cada caída. No dejes atrás tus sueños, lucha por ellos, inténtalo una y otra vez, hasta que salga. Renuncia a permanecer en tu zona de confort, sal de ella, rompe los límites que tú mismo te has creado. Empieza a vivir y hazlo ya. Mañana puede ser demasiado tarde.




Aprovecho para, ya que le he mencionado, mandar desde aquí mis mejores deseos a Edu. Allá donde estés, querido amigo, allá desde donde leas estas líneas, descansa en paz y vela por los que nos quedamos aquí. Los que te conocimos, mientras vivamos, no te olvidaremos, tenlo por seguro. Yo siempre recordaré tu mirada en aquella dinámica de trabajo que hicimos juntos en el DPOP. Aún no conocía a nadie, era el principio de curso. Tú fuiste el primero. Y contigo como testigo firmé mi primer compromiso de aquellos tres meses. Ese compromiso, que hasta hoy sólo tú y yo sabíamos, y que hoy hago público, consistía en abrirme a los demás, en dejar de lado mi timidez, en hacerme querer por los demás y darles lo mejor de mí. Durante el curso fui cumpliendo con creces aquel compromiso, y hoy sigo trabajando con él y compartiendo mi grandeza con los demás. Desde ahora, tú me darás fuerzas para seguir cumpliéndolo. Gracias, amigo. Descansa en paz.