viernes, enero 23, 2015

LENGUAJE POSITIVO



Nos pasamos media vida quejándonos por todo lo que nos rodea. Nos quejamos del atasco en el que estamos, nos quejamos por la cola del supermercado, nos quejamos porque no nos gusta el trabajo que hacemos, nos quejamos porque el vecino no nos da los buenos días, nos quejamos porque llueve, nos quejamos porque lleva mucho tiempo sin llover, nos quejemos porque hace frío, nos quejamos porque hace calor, nos quejamos porque nos pica la planta del pie o la punta de la nariz, nos quejamos porque nos salió mal la comida, nos quejamos porque nos invitaron a una fiesta a la que no nos apetece ir... Podría seguir rellenando líneas y líneas hablando de miles de cosas por las que nos quejamos a diario. ¿Y qué ganamos con ello? Absolutamente nada. Sólo conseguimos amargarnos a nosotros mismos y amargar a los que conviven con nosotros. ¿Por qué no cambiar entonces el chip? ¿Por qué, en lugar de centrarnos en todo aquello que nos molesta, no nos centramos en ser agradecidos con todo lo bueno que tenemos, que es mucho? ¿Y por qué, en lugar de utilizar un lenguaje negativo, no empezamos a hablar en positivo? Si fuéramos conscientes de los milagros que el lenguaje puede hacer en nosotros, rápidamente comenzaríamos a esforzarnos para cambiarlo.

Y es que, lo crean o no, el lenguaje produce cambios en el cerebro. Un lenguaje positivo puede incluso alargar la vida. El lenguaje influye, además, en nuestra manera de pensar. Si mandamos a nuestro cerebro mensajes positivos, este responderá de manera diferente a si los estímulos que le mandamos son negativos. 

A finales de los años 80, científicos de la Universidad de Kentucky iniciaron un estudio con 678 monjas de diferentes conventos. Además de analizar diversos escritos suyos, las sometieron durante un período de dos años a diferentes pruebas físicas e intelectuales, y se las dividió en grupos según la abundancia de términos positivos o negativos hallados en sus escritos. No me extenderé a la hora de analizar los resultados del experimento, pero sí destacaré algunos hallazgos de los científicos encargados de llevarlo a cabo.

Por un lado, las monjas que eran capaces de elaborar más pensamientos con mayor economía lingüística, o mostraban mayor riqueza de vocabulario, demostraban menos propensión a desarrollar enfermedades de tipo Alzheimer o demencia senil.

Por otro lado, las monjas que utilizaban más términos positivos a la hora de expresarse, vivían entre 7 y diez años más que el resto.

El 54% del grupo más alegre seguían vivas a los 94 años, mientras que sólo sobrevivían el 11% del grupo menos alegre.

En definitiva, las monjas más longevas eran las que sonreían más, las que eran más acogedoras, las que tenían más curiosidad por aprender cosas nuevas, las que regalaban mucho (sin motivo alguno), las que tenían menos prejuicios, las que tenían un brillo especial en la mirada y eran capaces de reírse de sí mismas, y las que utilizaban más términos positivos a la hora de expresarse. Al parecer, este último indicador era el más importante de los analizados.

No siendo este estudio aún totalmente concluyente, sí podemos sacar algunas conclusiones. Y es que parece que las personas felices, por un lado tienden a ser menos propensas a desarrollar la enfermedad de Alhzeimer, y por otro, tienden a ser más longevas que las personas tristes.

Visto lo visto, ¿no es mejor vivir en el agradecimiento que en la queja? Como decía más arriba, nuestro lenguaje influye en nuestro cerebro y en la manera de comportarnos. Dicho de otra manera, si nos acostumbramos a utilizar un lenguaje rico y positivo, nuestras probabilidades de llevar una vida feliz serán bastante más grandes que si nuestro lenguaje es pobre y quejumbroso. Y si llevamos una vida feliz, tenemos más probabilidades de vivir más tiempo y con mayor calidad de vida. ¿Por qué no probarlo? No hay nada que perder, y sí mucho que ganar. Cuanto menos, conseguiremos crear un clima mucho más positivo con nosotros mismos y con los que tenemos alrededor.

martes, enero 20, 2015

EL SECRETO DE LA FELICIDAD



Ayer vi una película, "Héctor y el secreto de la felicidad", que además de entretenerme, emocionarme, divertirme y gustarme mucho, me hizo reflexionar. Y es que muchas veces buscamos la felicidad donde no está, y nos desesperamos porque no la encontramos.

Héctor es un psiquiatra con una vida perfecta. Una novia perfecta, un trabajo perfecto, una casa perfecta... Todo es ordenado y predecible en la vida de Héctor y Clara, su novia. Todo es perfecto... y sin embargo Héctor no es feliz. La rutina diaria le impide darse cuenta de ello, pero los pacientes de su consulta le desquician cada vez más. No se da cuenta de que con quien realmente está enfadado es consigo mismo, que lo que no aguanta es su vida rutinaria, monótona, aburrida, egoísta, desprovista de cualquier aliciente que la haga al menos un tanto divertida. Y así, llega un momento en que ya no puede aguantar más, y decide emprender un viaje en busca de qué es aquello que a la gente le hace feliz. Esa es la excusa. Lo que en realidad busca es la manera de alcanzar su propia felicidad.

La búsqueda del secreto de la felicidad lleva a Héctor al lejano oriente, donde, de la mano de un magnate de las finanzas del que se hace "amigo" en el avión, descubre lo que podríamos llamar el lujo asiático. Y acaba llegando a la conclusión de que la felicidad no está en las riquezas, ni en el lujo, ni en el placer. Así que decide continuar su viaje, decide proseguir su investigación con la esperanza de encontrar ese tan ansiado secreto que le saque de su amargura y su aburrimiento.

En África Héctor se ve obligado a convivir con el miedo, y viendo cercana la muerte empieza a valorar algunas cosas de las que antes ni se percataba. También conoce a una serie de personas que viven con lo más básico, y que a pesar de todo parecen muy felices. Sin embargo, y a pesar de sus nuevos descubrimientos, aún le queda mucho camino por recorrer.

Ya en EEUU va a encontrarse con una antigua novia de universidad que acaba poniéndole los puntos sobre las íes. Agnes -así se llama ella- le desnuda -metafóricamente hablando- de arriba a abajo, y le hace ver que, ya desde la relación que mantuvieron en su juventud, Héctor no es capaz de mirar más allá de su propio ombligo. Agnes ha evolucionado, ha rehecho su vida después de su relación con Héctor, pero Héctor se ha mantenido anclado en el pasado, no ha sido capaz de pasar página, no ha madurado, y lo único que ha hecho ha sido cambiar a una mujer por otra para así continuar cometiendo los mismos errores de siempre, para así continuar viviendo con su miedo al compromiso, para así seguir siendo el mismo hombre mediocre, egoísta y timorato, incapaz de ser feliz.

Lo que sigue no lo desvelaré, para no destripar la película, aún más de lo que ya lo he hecho. Me limitaré a terminar mi artículo con una serie de reflexiones personales acerca de la felicidad. 

Y es que, como la película de Peter Chelsom nos hace ver, y como ya he mencionado más arriba, la felicidad no está en el dinero, no está en el lujo, no está en el placer. La felicidad sólo se puede encontrar cuando uno se despoja de sí mismo y decide dar un paso hacia los demás. Las puertas de la felicidad se abren hacia afuera, y no hacia adentro. La felicidad está en el dar, está en el compartir, está en la escucha y en la generosidad, está en el saber ponerse en el lugar del otro, está en el vivir pendiente de las necesidades de los demás. 

La felicidad no está tampoco en la perfección ni en lo predecible. Héctor y Clara llevaban una vida aparentemente perfecta, todo estaba en su sitio. Pero no eran felices. Se dice que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y yo creo, además, que la perfección es también enemiga de la felicidad. Una vida, para ser plena, ha de ser imperfecta, ha de tener errores que puedan ser convertidos en aprendizajes, ha de ser sometida a lo impredecible y al cambio. Ha de tener un mínimo de riesgo, de aventura, un toque de locura sana. La vida ha de ser vivida y ha de ser gastada. Si uno se limita a verla pasar, no puede ser feliz. Como decía la Madre Teresa de Calcuta, "la vida es aventura, vívela".

 


jueves, enero 15, 2015

PON UN POCO DE PASIÓN EN TU VIDA


Dentro de algo menos de un mes voy a comenzar un curso para formarme como coach. Cuando cuento esto a mis amigos, muchas veces la reacción es muy similar: "Pero... ¿eso tiene salidas? Si ya hay muchos coaches...". Esa reacción me ha hecho reflexionar... y mis reflexiones me han hecho reafirmarme en mi deseo de hacer ese curso.

Y es que, ¿realmente hay que plantearse, a la hora de decidirse a hacer algo, si ese algo tiene salidas laborales? Es una reacción que comprendo, pues ha sido mi referencia a la hora de tomar decisiones durante mucho tiempo. Hasta que he llegado a la conclusión de que esa forma de pensar y de actuar no me ha llevado más que a la frustración, y a seguir caminos equivocados, caminos que, en el mejor de los casos no me llevaban a ninguna parte, y en el peor me llevaban a sitios donde yo no quería estar.  Llevo a mis espaldas varios Máster y un saco de cursos. Llevo muchas horas invertidas en formación que, en el fondo, no me satisface. Y llevo mucho dinero gastado en actividades que yo hacía pensando que tenían salidas laborales, pero sin pararme a pensar si realmente me gustaban, y si me llevaban a donde yo quería estar. Tengo 42 años, y después de todos esos cursos, después de todas esas horas y después de todo ese dinero invertido, estoy en paro. Y lo que es peor, pocas veces he trabajado en algo que me haya aportado la más mínima satisfacción, aparte de recibir un sueldo a final de mes. Así que, visto lo visto, ¿tiene realmente sentido plantearse si algo que uno quiere hacer tiene salidas laborales? Yo creo que no.

La conclusión que yo saco, después de años navegando a la deriva laboral, y después de pararme por fin a reflexionar (y después de hacer un maravilloso curso llamado DPOP en CIVSEM), es que uno ha de hacer aquello que realmente le guste. Esa es la mejor forma de conducirse por la vida. Porque si haces lo que te gusta, si haces algo que te apasiona, lo harás mucho mejor que si haces algo por el mero hecho de tener que ganar un sueldo a final de mes. Y lo más seguro es que, antes o después, eso que haces porque te apasiona te reporte beneficios económicos mayores que los que te aportaría cualquier otra actividad. Pero aunque así no ocurriera, aunque los beneficios económicos fueran menores, no todo en la vida es dinero. Personalmente, pienso que las satisfacciones personales que uno puede obtener haciendo algo que le gusta son mucho más importantes que el dinero que con ello pueda obtener. Evidentemente, hay que comer, hay que vestirse y hay que vivir bajo un techo. Sí, hay que cubrir unas necesidades básicas, y para ello hay que ganar dinero. Pero insisto en que la mejor forma de conseguirlo es haciendo algo que a uno le apasiona.

Seguir el criterio de "hago esto porque tiene salidas", a mí me ha llevado, como decía antes, a la frustración y a la amargura en no pocas ocasiones. Y eso, al final, se traduce en unas peores relaciones con el mundo que me rodea. Y estoy seguro de que no soy el único. ¿Cuánta gente hay frustrada en su trabajo, y que eso luego lo paga (normalmente sin darse cuenta), con sus familiares, con sus amigos, no digamos ya con los desconocidos con los que se cruza por la calle? A mí, gracias a Dios, no me pasa eso. No estoy enfadado con el mundo, llevo una vida feliz, tengo sanas y buenas relaciones... Pero a menudo me encuentro con gente que paga su frustración con los demás, y eso no hace más que incrementar su insatisfacción. 

Pero es que además, si yo me guiara únicamente por el criterio de "tiene salidas" a la hora de elegir mis actividades... ¡qué pobre sería mi vida! Mi creatividad se vería reducida a la mínima expresión, cuando no anulada del todo. Según ese criterio yo dejaría de escribir, pues no me aporta beneficios económicos; dejaría de hacer fotos, dejaría de hacer deporte, dejaría de organizar excursiones al campo para mis amigos, nunca habría adiestrado perros (el beneficio económico no era suficiente para llegar a fin de mes), dejaría de leer, dejaría de cocinar... dejaría de hacer tantas cosas, que, prácticamente, me convertiría en una especie de vegetal. ¿Y no es mejor elegir alguna de esas actividades, y convertirla en mi profesión? Al menos intentarlo, luchar por ello, inventar un camino y seguirlo, soñar y perseguir ese sueño. ¿No es así más rica la vida? Yo, sinceramente, creo que sí. Y por eso, además de buscar un trabajo que me ayude a sobrevivir económicamente, he decidido dedicar más tiempo a partir de ahora a aquellas actividades que se me dan bien, que me apasionan, y que, con esfuerzo y tesón, antes o después puedan convertirse incluso en una profesión, o, al menos, en un complemento a mi profesión, que, hoy por hoy es la de técnico de calidad alimentaria y es donde espero estar trabajando dentro de poco.

Por ello, pronto lanzaré por Internet mi segundo libro de relatos. Y por ello también voy a hacer ese curso de coaching social. No sé si me ganaré la vida o no como coach, lo que sí sé es que seré un buen coach y ayudaré a muchas personas a alcanzar sus objetivos en la vida. Ayudaré a muchas personas a abandonar  ese criterio pobre de hacer las cosas "porque tienen salidas laborales". La vida es mucho más que eso, y debe ser vivida en plenitud, no de una manera rancia y timorata. 

El mundo necesita de gente que ame su profesión, de gente a la que le apasione lo que hace. El mundo es de los valientes. ¡¡Vamos a conquistarlo con pasión!!

lunes, enero 12, 2015

LIBERTAD DE EXPRESIÓN


Una vez pasada la tormenta de los execrables atentados de París, quisiera hacer aquí una serie de reflexiones personales. No sé si es el lugar adecuado, pero es el altavoz que tengo y no quiero dejar pasar la oportunidad.

No creo necesario manifestar de nuevo mi horror hacia lo ocurrido en París estos días. Cualquier atentado contra la vida merece mi más firme repulsa y condena. No he dudado ni un instante, y no me arrepiento de ello (es más, me reafirmo) en solidarizarme con los trabajadores de Charlie Hebdo. Pero como lo cortés no quita lo valiente, creo necesario  hacer una serie de reflexiones. Desde la calma, desde el respeto, y después de haber leído unos cuantos artículos al respecto en estos últimos días.

Creo que la libertad de expresión es un derecho fundamental que ha de ser defendido a toda costa. Pero creo también que  no todo vale en nombre de la libertad de expresión. La libertad de expresión termina donde empieza el derecho a la dignidad y al honor de los demás, ya sean los demás personas individuales o instituciones de cualquier tipo (religiosas, civiles, militares, políticas...). No me parece moralmente aceptable publicar viñetas como las que publica Charie Hebdo, cuando esas viñetas atacan frontalmente la dignidad y el honor de diversas religiones. Nada justifica lo que ocurrió el otro día en París, pero tampoco me parecen aceptables este tipo de publicaciones. La libertad ha de ser sagrada, pero no es un bien absoluto. Mi libertad termina donde empieza la del vecino. Y ha de ser así, pues si no ponemos límites, la convivencia pacífica sería imposible. Tengo derecho a disfrutar de una alegre velada con mis amigos en mi casa, hasta la hora que me dé la gana. Pero ese derecho ha de ser compatible con el que tienen mis vecinos a disfrutar de un descanso reparador. Si el tono de las voces de mis amigos, si la música que ponemos, si el ruido en general, se eleva por encima de unos niveles aceptables, ya no estoy respetando el derecho que tienen mis vecinos a descansar, ya no estoy haciendo un uso racional y respetuoso de mi libertad.

Seguiré siendo Charlie Hebdo cuando de defender la libertad de expresión se trate. Pero dejaré de ser Charlie Hebdo, es más, me opondré frontalmente a Charlie Hebdo (o a cualquier otro medio de comunicación), cuando, en nombre de una falsa libertad de expresión, se ataquen la dignidad y el honor, ya sea de personas, de religiones o de cualquier otro tipo de institución. Y lo haré, eso sí, con las únicas armas con las que me parece aceptable hacerlo: el papel y el lápiz, o, como en este caso, el teclado y la pantalla del ordenador. Lo haré también, ni que decir tiene, siempre desde el más profundo respeto. Creo necesario, para convivir pacíficamente, poner una serie de reglas, una serie de límites, sin los cuales esa convivencia se hace imposible. Y dentro de esos límites todos podemos jugar. Fuera, la baraja se rompe. Libertad sí, responsabilidad también.


sábado, enero 10, 2015

PEQUEÑOS ACTOS II


Vamos con la segunda parte de esas pequeñas acciones, al alcance de cualquiera, que pueden ayudarnos a ser un poco más felices. En el artículo anterior nos quedamos en la número 10. Continuemos:

11: Sueña. Dedica algo de tiempo cada día a soñar con aquello que quieres llegar a ser, aquello que quieres alcanzar, aquello que quieres lograr. Piensa cómo vas a alcanzarlo, cree que esos sueños pueden hacerse realidad si empiezas por dar el primer paso. Sueña alto, no te quedes corto, cree en ti.

12: No gastes de más. Vivimos en la sociedad del consumo, nos creamos necesidades superfluas, vivimos por encima de nuestras posibilidades. Limita tus gastos, piensa qué es lo que realmente necesitas para vivir. Te darás cuenta de que puedes prescindir de muchas cosas que, sin darte cuenta, habías considerado imprescindibles. 

13: Anota. Lleva contigo un pequeño cuaderno, una libreta, y anota las ideas que te surjan en los momentos más insospechados. Una de las anteriores acciones consistía en escribir. Cuando uno empieza a tener ese hábito, le surgen ideas en los momentos más peregrinos. Si llevas a mano una libreta, podrás anotar esa idea y después, más tranquilamente, desarrollarla.
También puedes anotar fechas de citas, cumpleaños, aniversarios, etc., para que no se te olviden. O cosas pendientes por hacer, tareas pendientes. Ahorrarás sitio en tu memoria, y no correrás el riesgo de que se te pase alguna cita importante.

14: Organiza tu tiempo. A menudo nos quejamos de que nos falta tiempo para hacer todo lo que queremos hacer a lo largo del día. Pero muchas veces en realidad no es que nos falte tiempo, sino que el que tenemos lo organizamos mal. También es una cuestión de priorizar. No siempre lo más urgente es lo más importante. Haz una lista de lo que quieres hacer a lo largo del día, y piensa qué tiempo vas a dedicar a cada cosa. Verás cómo, poco a poco, el tiempo te cunde cada vez más.

15: Reordena tus prioridades. Como decía antes, no siempre lo urgente es lo más importante. Piensa sobre ello, y después organiza tu lista de actividades en función de ello. Si haces primero las cosas más importantes, comenzarás a sentirte mejor contigo mismo.

16: No pierdas el tiempo. Decíamos antes que a menudo nos quejamos de la falta de tiempo. Pero, ¿cuánto tiempo dedicamos a cosas inútiles, o que no son importantes y nos quitan tiempo de hacer cosas que nos aportarían mayores beneficios? Identifica al menos cinco formas con las que normalmente pierdes el tiempo, y limita el tiempo que les vas a dedicar. ¿Ves mucho la televisión? ¿Dedicas un tiempo excesivo a las redes sociales? ¿Pasas horas delante de Internet sin necesidad de ello? ¿Dedicas mucho tiempo a los video juegos? Son sólo algunos ejemplos. Piensa sobre ello, y cuando estés haciendo algo, pregúntate si estás empleando tu tiempo de la mejor manera que podías estar haciéndolo. Poco a poco lo aprovecharás mejor.

17: Concentra tu energía. Si haces demasiadas cosas, la energía se dispersa. O, como dice el refrán, "el que mucho abarca poco aprieta". Pon el foco en algo, y hazlo sin distracciones. Pon en ello toda tu energía y toda tu atención, sin pensar en lo que vas a hacer después. 

18: Autoevalúate. Al llegar cada noche, piensa en lo que has hecho a lo largo del día. Dedica cinco o diez minutos a pensar en tus logros, en lo que has hecho bien, lo que podías haber hecho mejor, lo que te gustaría haber hecho y no has hecho. Y piensa también qué vas a hacer el día siguiente para hacer mejor lo que quieres hacer mejor. Examínate también al final de cada semana.

19: Ordena tu área de trabajo. Esto está muy relacionado con la acción con la que abríamos el artículo anterior. Si tienes tu zona de trabajo ordenada respirarás mejor, tendrás todo más a mano, no perderás tiempo en buscar lo que necesitas y rendirás más.

20: Come más sano. Aprende qué alimentos son sanos y cuáles no, y empieza a desechar de tu dieta diaria todo aquello que sobra, a la vez que vas incorporando alimentos que contribuyen a mejorar tu alimentación. Que tu medicina sea tu alimento, y tu alimento tu medicina, decía Hipócrates. 
Come cinco veces al día, planea tus menús, bebe al menos dos litros de agua al día, come frutas, verduras, hortalizas, reduce el consumo de carne, también el de fritos, grasas saturadas, alimentos procesados... Una buena alimentación te ayudará a estar mejor contigo mismo.

21: Haz ejercicio. Hazlo todos los días, si puedes. No es necesario que salgas a correr a diario, ni que vayas al gimnasio día sí y día no. Puedes hacer esto un par de días o tres en semana, y el resto de días cambiar ciertos hábitos: olvídate del ascensor y de las escaleras mecánicas del metro; utiliza menos el coche y más el transporte público; bájate una parada antes de tu destino y continúa caminando. Seguro que si piensas un poco se te ocurren más cosas.

22: Medita. Pasa cada día un tiempo en silencio y soledad, contigo mismo, meditando, respirando, calmando tu mente. Sé constante, y poco a poco verás los beneficios. Dicen que después de ocho semanas de meditación los cambios en el cerebro empiezan a ser perceptibles. Desde luego, se ve la vida de otra manera, la atención se vuelve más plena, mejora la consciencia...

23: Aprecia a tu pareja. O aquellos con los que convives a diario. En lugar de fijarte en lo que te molesta, o en sus defectos, busca lo positivo que tienen esa persona o personas, y anótalo. Ten pequeños gestos que fortalezcan la relación.

24: Socializa. Conoce gente nueva en la medida de tus posibilidades. En "la vida real", y también en las redes sociales. Sigue a alguien nuevo en Twitter, comenta en algún blog, etc.

25: Cultiva la paciencia. Si vives en una gran ciudad tendrás mil motivos para ello. Un atasco, un centro comercial lleno de gente, calles atestadas en las que es imposible avanzar... Si no vives en una gran ciudad, también tendrás muchos motivos. Un comentario de alguien que te molesta, un juicio injusto, una llamada inoportuna... Respira, cuenta hasta diez, o hasta cien si hace falta, antes de responder.

26: Da. ¿Recuerdas el punto doce? Si lo llevas a cabo, tendrás más posibilidades de compartir con los que más lo necesitan. Y en cualquier caso, no siempre es necesario tener dinero para dar. Hay multitud de buenas acciones que no requieren dinero ninguno. Incluso bendecir a alguien en silencio. O agradecer y halagar a las personas que lo merecen. A menudo por supuesto que el trabajo que otros hacen por nosotros es lo que deben hacer, y no se lo agradecemos ni lo valoramos. Prueba a hacerlo, con una sonrisa, y pronto verás los resultados. Cuando uno vive dando, antes o después acaba recibiendo. Es el llamado efecto boomerang. Pruébalo. Funciona.

27: Escucha. Pero escucha de verdad. Piensa que escuchar no es guardar turno para hablar. Practica una escucha activa, ponte en el lugar de la otra persona, no juzgues lo que está diciendo aunque no estés de acuerdo. Cuando te estén hablando céntrate en el mensaje de la otra persona, y no estés pensando en lo que vas a contestar. Pregunta si necesitas que te aclaren algo. Escucha. Escucha de verdad.

28: Empatiza. Es parecido al anterior, pero no exactamente igual. Intenta ponerte en el lugar de los demás. Especialmente cuando no comprendas su forma de pensar o actuar. Piensa que cada persona tiene detrás una historia que desconoces, y que le lleva a actuar como actúa. No le juzgues por ello.

29: Confía. Una vez más, no juzgues. Piensa que todo el mundo trata de dar lo mejor de sí mismo. Y que si no te dan lo que querías, probablemente no es por que no quieren, sino porque no saben o no pueden. Confía en la buena voluntad de la gente, intenta comprender, disculpar, e interpretar lo que otros hacen de la mejor manera posible. Piensa bien de los demás.

30: No te compares. Vive tu propia vida, y no te compares con los demás, ni para bien ni para mal.

Intenta poner en práctica estos 30 puntos durante al menos cien días. Cada vez te irán costando menos, empezarán a convertirse en hábitos, y tu vida será más feliz y más tranquila. Empieza a probarlo, y si quieres me cuentas. ¡Ánimo!








domingo, enero 04, 2015

PEQUEÑOS ACTOS I


No hace mucho escribí un artículo en el que hablaba de pequeñas acciones cotidianas que nos podían ayudar a cambiar nuestra forma de vivir, y así provocar un cambio en nuestro entorno. Estos cambios, aparentemente insignificantes, acaban provocando una ola que cada vez se va haciendo más grande, cada vez se extiende más, y, poco a poco, se va creando un mundo mejor.

En esa misma línea, hace poco leí un artículo en el que se daban consejos para llevar una vida más feliz. Se trata también de pequeños actos que mejoran nuestra relación con nosotros mismos y con los demás. A continuación presento a mis lectores un resumen de aquel artículo, con mis propias palabras y mis propias reflexiones. Es un poco largo, por lo que lo dividiré en varias entregas, ya que si no se alargaría en exceso. Aquí va la primera parte.

1: ordenar. Desde pequeño he escuchado repetidas veces la frase "hay un sitio para cada cosa, y una cosa para cada sitio". Pues de eso se trata, de tener las cosas ordenadas. Personalmente he comprobado que cuando interiormente estoy desordenado, es decir, cuando algo dentro de mí no está bien, tiendo también al desorden exterior (dejo las cosas en cualquier sitio, acumulo la ropa encima de la cama o en una silla en lugar de guardarla en su sitio...) y, poco a poco, voy acostumbrándome a ese desorden. He comprobado también que si, aun estando desordenado por dentro, decido empezar a poner orden por fuera, ese desorden interior comienza a remitir. El cuerpo es sabio, y da órdenes a la mente. Si a través del cuerpo "hacemos creer" a nuestra mente que todo está bien, en nuestra mente todo empezará a estar bien. Por tanto, si físicamente empiezo a ordenar cosas, mi mente empezará a creer que todo está bien, y empezaré a restablecer mi orden interior. Pruébalo, y verás como funciona. Si sacas algo, devuélvelo después a su lugar; si abres un cajón, un armario, una puerta, déjalo después como estaba; si llegas a casa y te quitas el abrigo, cuélgalo en una percha y no lo dejes por ahí tirado.

2: arregla. Echa un vistazo a tu casa, y seguro que encuentras cosas que están deterioradas o que no funcionan, y que se pueden arreglar. Las tenemos así por desidia, y, día tras día, vamos diciendo, "ya lo arreglaré". A veces basta con cambiar unas pilas, sustituir una bombilla o encolar la pata de un taburete. Son pequeñas cosas que no requieren demasiado esfuerzo, pero que al ir dejándolas para más tarde se van acumulando y cada vez nos va dando más pereza.

3: siéntete agradecido. Haz una lista de cosas por las que sientas gratitud. Pero no escribas esa lista de una sentada. Escribe cada día sólo unas pocas. Seguro que si piensas despacio salen muchas. Yo, por ejemplo, tengo que salir a la calle y ver a un ciego para darme cuenta de que tengo la enorme fortuna de ver el mundo con mis propios ojos. Pues esa es una de las cosas que apuntaría en mi lista: siento un gran agradecimiento por poder ver. Me siento agradecido por la educación que he recibido, porque mis padres tienen buena salud y puedo contar con ellos, porque tengo buenos amigos con los que divertirme y en los que apoyarme, porque a cuatro pasos de Madrid tengo una sierra maravillosa por la que poder perderme... Y así la lista crece y crece, y el agradecimiento va sustituyendo a la queja, enfocándonos en las cosas que tenemos y no en las que nos faltan.

4: haz cosas que te gusten. Y para ello, haz una lista de cosas que te guste hacer (piensa, e intenta sacar al menos 20 pequeñas cosas). Después, intenta hacer cada día al menos una. En mi lista habría cosas como leer, escribir, ver una película, hablar con algún amigo, hacer fotos, retocar esas fotos, dar un paseo por el campo, comer al aire libre... Son sólo algunos ejemplos, y seguro que todos tenemos un montón. 

5: ríete. Busca la forma de hacerlo, hay mil motivos. Encuentra cada día al menos un momento para reírte. Y si no encuentras razones, prueba a hacer un taller de yoga de la risa. Yo lo he probado, y te aseguro que funciona. Se trata de una práctica en la que uno se ríe sin motivo. A través de diversos ejercicios, se provoca la risa, y con ello se obtienen un montón de beneficios. Si te interesa, ponte en contacto conmigo porque tengo un amigo que tiene entre sus planes organizar próximamente un taller. Ríete y verás como tu vida cambia.

6: lee. Pero no leas cualquier cosa. No valen revistas del corazón, ni prensa amarilla, ni tebeos del Capitán Trueno. Busca algo que requiera más esfuerzo, aunque al principio te cueste concentrarte. Si no tienes hábito de lectura, empieza por poco tiempo (cinco minutos, por ejemplo), y, poco a poco, empezarás a ver los beneficios, y empezarás a descubrir el placer de la lectura.

7: aprende. Intenta aprender cada día una cosa nueva. No se trata de aprender grandes cosas, sino cosas accesibles. Por ejemplo, el nombre de ese árbol con el que te cruzas todos los días al ir al trabajo; o la capital de un país lejano; o el nombre de esa canción que a veces resuena en tu cabeza sin saber ni quién la canta. Y si llega el final del día y no has logrado aprender nada nuevo... coge el diccionario y busca una palabra que desconozcas. Apréndela y trata de incorporarla a tu vocabulario.

8: Deja de quejarte. Esto va en línea con el punto 3, "siente agradecimiento". Si llevas a cabo ese otro punto, será más difícil que te quejes por cualquier cosa. Recuerda que el diálogo interno negativo produce pensamientos negativos, y los pensamientos negativos acaban produciendo resultados negativos. Permanece atento a tus pensamientos, y cuando percibas que estos son de queja, páralos. Si estás en un atasco, no te quejes, busca algo positivo en lo que pensar. Si el dependiente de un establecimiento te atiende de malas maneras, sonríele, dale las gracias y deséale un buen día. Próximamente escribiré un artículo sobre los beneficios del lenguaje positivo.

9: Madruga. "A quien madruga Dios le ayuda", dice el refrán. Y es sabio. No importa que no creas en Dios, madrugar tiene sus efectos positivos. Prueba a poner el despertador cada día un minuto antes, durante los próximos cien días. Y salta de la cama en cuanto suene. Abre la ventana, estírate, saluda al nuevo día con energía. A medida que pasen los días, irás teniendo un tiempo que antes no tenías para hacer nuevas cosas antes de irte a trabajar, o a estudiar, o a hacer lo que tengas que hacer.

10: Escribe. Busca un momento tranquilo en el día (por ejemplo, si llevas a cabo la acción anterior, tendrás un tiempo precioso para escribir por las mañanas) y escribe cualquier cosa que se te pase por la cabeza. Puede ser un diario, puedes inventar una historia, puedes escribir sobre una película que viste ayer... Dedica a ello unos minutos cada día. Esto estimulará tu creatividad, tu capacidad de expresión, mejorará tu vocabulario, enriquecerá tu capacidad de análisis... Escribir tiene multitud de beneficios que ni sospechas.

Y hasta aquí el artículo de hoy. Próximamente continuaré con nuevas acciones que aportarán felicidad a tu vida. Empieza ya a poner en práctica las diez del artículo de hoy, y dentro de poco irás recogiendo los beneficios de la siembra. ¡Adelante!