domingo, agosto 30, 2015

TENER RAZÓN



El otro día tuve una pequeña discusión de tráfico que no llegó a mayores. Yo circulaba por una rotonda, y lo hacía por fuera, como debe hacerse. Entonces, otro conductor que la hacía por dentro quiso salir de ella y casi golpea mi coche. Frené, evité la colisión, y ambos nos recriminamos nuestra mala conducción. Él me dijo que había que mirar, y yo le dije que las rotondas se hacen por fuera. Entonces él se dio cuenta de que yo tenía razón, inicialmente lo reconoció, pero inmediatamente me echó en cara el habérselo dicho de malas maneras y me insultó. Parecía que el carecer de razón le enervó hasta ese punto. Y esto, después del calentón, me hizo reflexionar. Esta vez yo tenía la razón. Él no la tenía, y le molestó no tenerla. Pero otras veces es al revés. Soy yo el que se equivoca, el que no lleva razón... y el que se carga de ella y se enfada porque le molesta no tenerla.

¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué siempre queremos llevar la razón, y cuando nos damos cuenta de que no la tenemos, nos molesta, no lo reconocemos, nos enfadamos, y además seguimos erre que erre tratando de demostrar que sí la tenemos? ¿Por qué nos cuenta tanto ser humildes? ¿Qué ganamos teniendo razón, aun cuando no la tengamos? ¿Y qué perdemos si reconocemos que nos hemos equivocado y que no tenemos razón? ¿Qué perdemos pidiendo perdón? 

Creo que es una actitud muy absurda la que tenemos a menudo, de no querer reconocer que no siempre tenemos razón, que nos equivocamos, que no lo sabemos todo, y que a veces hacemos las cosas mal. ¿No sería más fácil la actitud contraria? Bueno, más fácil quizá no, y a la vista está, pues pocas veces actuamos así. Pero... ¿no sería mejor para nuestra convivencia con los demás? Incluso, ¿no sería mejor para nosotros mismos? Si reconocemos que no tenemos razón, agachamos la cabeza y reconocemos nuestros errores, incluso pedimos perdón por ellos, obtendremos diversos beneficios. Por un lado, sentiremos la tranquilidad y la paz de habernos reconocido imperfectos. Cuando uno se da cuenta de que no tiene razón, y aun así se pone como un energúmeno para defender su razón, en el fondo se siente mal y acaba enfadándose consigo mismo (es, al menos, lo que me pasa a mí). En cambio, cuando uno reconoce que se ha equivocado, acaba quedándose más tranquilo, se quita un peso de encima. Por otro lado, se evitan conflictos con otras personas, con lo que mejora la convivencia. Y por otro, estamos más abiertos a aprender de los demás... y también de nuestros propios errores. Gracias a nuestros errores, y al punto de vista de los demás, nos vamos haciendo más sabios.

Entonces... ¿no es mejor actuar con humildad que con orgullo y prepotencia? Parece que sí, pero... nos cuesta, no parece ser algo natural en nosotros, la humildad parece ser una virtud harto difícil que conquistar. Y es que, dicen los entendidos, que cuando uno se cree humilde ya está dejando de serlo. Aunque esto quizá sería salirse del tema que me trae hoy aquí, quizá sería motivo de otro artículo. Lo que yo quería proponer hoy es que hagamos el esfuerzo de reconocer que no siempre tenemos razón, y que, cuando nos demos cuenta de que no la tenemos, demos un paso atrás y rectifiquemos, pidamos perdón si es necesario, y reconozcamos al otro su razón. Pienso que esto facilitaría mucho la convivencia entre todos. Si lo hacemos en nuestros círculos más cercanos, se irá extendiendo poco a poco, y la sociedad mejorará. Estas cosas funcionan así: cambia tú, y cambiará tu entorno. ¿Te animas? ¿Me acompañas? Venga... ¡vamos!

Agradezco tus comentarios en el blog, agradezco también que difundas mis artículos, y agradezco mucho que me critiques, que me des caña, que me digas con qué no estás de acuerdo y por qué, que me expliques cuál es tu punto de vista. También agradezco, por supuesto, los piropos. Pero con ellos aprendo menos que con tus críticas. ¿Me ayudas a crecer? ¡Gracias!

viernes, agosto 21, 2015

COMPROMISO



La vida es puro compromiso, y, sin embargo, a menudo pienso que es algo de lo que huimos. No es algo que esté de moda, el compromiso. Se lleva mucho eso de las relaciones sin compromiso, quizá por un miedo a perder libertad, una falsa libertad, diría yo. Cuántas parejas se rompen por no ser capaces de ser fieles a un compromiso. Y cuantas promesas no se cumplen por lo mismo, por esa falta de fidelidad, a los demás y a uno mismo.

Paradójicamente, siento que a veces se habla demasiado. Se prometen muchas cosas, sin saber siquiera si se van a poder cumplir, o sin llegar al verdadero compromiso de cumplirlas, pase lo que pase. Esto ocurre de forma especialmente visible en la política. No hace falta poner ejemplos, todos estamos hartos de promesas no cumplidas por parte de los políticos, de un signo o de otro. Se promete para ganar votos, incluso sabiendo que no se va a poder cumplir lo que se promete. Es decir, se miente. Porque cuando uno promete algo sabiendo que no lo va a cumplir, lo que está haciendo es mentir. Y si se promete dudando de si se podrá cumplir o no lo prometido, quizá no se mienta, pero se está siendo un tanto temerario. Y se está poniendo en juego la honorabilidad y lacredibilidad, ya que si prometemos algo y luego no lo cumplimos, la próxima vez será más difícil que nos crean, que confíen en nosotros.

El compromiso, como vemos, está directamente relacionado con la promesa. Cuando uno llega a un compromiso con alguien, o consigo mismo, está prometiendo algo. Está haciendo una declaración de promesa. Y esa declaración debería llevar consigo la obligación de poder cumplir lo que se promete. Y no sólo de poder cumplirlo, sino de estar dispuesto a ello, incluso cuando las circunstancias no sean las mejores, incluso cuando se compliquen las cosas. Evidentemente, a veces surgen complicaciones, surgen imprevistos que dificultan el cumplimiento de nuestras promesas, el ser fieles a ese compromiso adquirido. En principio habría que prever esas complicaciones, pero en el caso de que no sea posible, entonces hay que estar prontos a pedir perdón y a tratar de reparar el posible daño causado de la mejor forma posible.

Cuando prometemos algo, puede ser de motu propio o puede ser a instancias de otro, es decir, por algo que alguien nos pide. Y esa promesa implica una nueva declaración, la declaración del sí. Cuando decimos sí a algo que nos piden, nos estamos comprometiendo a cumplirlo. Y, al hacerlo, estamos poniendo en juego el valor de nuestra palabra. Si una vez y otra no cumplimos aquello con lo que nos comprometemos, estaremos restando valor a lo que decimos, será difícil que se confíe en nosotros. Y a veces no hace falta incumplir reiteradamente las promesas. A veces basta con haberse comprometido con algo grave, con algo importante, y haberlo incumplido, para que se deje de confiar plenamente en nosotros. Por tanto, el valor de nuestra palabra depende en gran medida de lo que hagamos con nuestras promesas, con los compromisos que adquirimos. Es importante, pues, no hacer promesas a la ligera, no hablar de más, no fanfarronear, pensar las cosas dos veces antes de decirlas o de hacerlas. Porque, además de poner en juego el valor de nuestra palabra, podemos estar poniendo también en juego la sensibilidad de terceras personas, podemos causar un daño importante en el caso de incumplir lo prometido.

Otra declaración que entra en juego a la hora de comprometerse o no con algo es la declaración del no. Si se nos pide algo que no está a nuestro alcance, o que dudamos de si vamos a poder cumplir, entonces deberíamos decir que no, o, cuanto menos, pensarlo muy bien antes de decir que sí. Valorar muy bien la situación antes de comprometernos a nada. Cada vez que consideramos que deberíamos decir no, y no lo decimos, estamos comprometiendo nuestra dignidad. Es, por tanto, importante aprender a decir que no cuando hay que decirlo.

Finalmente, para comprometerse con algo, y, especialmente, para comprometerse con alguien, hacen falta altas dosis de lealtad, de generosidad, de honestidad, de sinceridad, de valentía. Decía anteriormente que el compromiso no está de moda, y es que vivimos en una sociedad demasiado individualista, demasiado egocéntrica, una sociedad en la que los individuos miran demasiado hacia dentro, hacia sí mismos. Una sociedad en la que se exalta el valor de la libertad hasta hipertrofiarlo y confundirlo, una sociedad en la que el miedo al compromiso está a la orden del día, y, para no admitirlo, se disfraza de otras cosas. Nos contamos historias a nosotros mismos para justificarlo. Disfrazamos ese miedo con palabras como independencia, necesidad de libertad, autosuficiencia. Pero pienso que ello, a la larga, nos lleva a la más absoluta soledad. Queremos ser libres y somos esclavos de nuestros miedos y de nuestro egoísmo; queremos ser independientes y somos dependientes de nuestros vicios; fingimos ser autosuficientes cuando en realidad lo que necesitaríamos sería reconocer nuestra vulnerabilidad. Y eso no significa ser débil, no significa ser dependiente, no significa ser esclavo de nada ni de nadie. Significa, simplemente, que somos seres imperfectos, con virtudes y defectos, con seguridades e inseguridades, con fortalezas y debilidades, con miedos que afrontar. Y reconocer los miedos, las limitaciones, las incapacidades, no es de débiles sino de valientes.

Al final, la clave de todo está en el amor. En primer lugar, a nosotros mismos. Saber querernos y aceptarnos como somos, con nuestras diferencias y nuestras exclusividades. Y, a partir de ahí, el amor a los demás (dicen que las puertas de la felicidad se abren hacia afuera). Si nos aceptamos a nosotros mismos, es mucho más fácil que lo hagamos con los demás, y es mucho más fácil que seamos capaces de comprometernos, de cumplir nuestras promesas, incuso de dar un sí para toda la vida, aun cuando caigan chuzos de punta. Amar y ser amado. Esa es, al final, la aspiración de todo ser humano. Esa es, probablemente, la clave de la felicidad.

lunes, agosto 10, 2015

EL AMOR NO SE MENDIGA



El vídeo que comparto a continuación es tan expresivo que no necesita explicación ninguna. De una forma clara y sencilla esta mujer nos habla de dignidad, de amor, de autenticidad... Ella se dirige a las mujeres, pero es perfectamente aplicable a los hombres. Os dejo con el vídeo, y después comentamos un poco.



¿Qué más decir? Pues eso... ¡¡quiérete, coño, quiérete!! Lo dice muy clarito: si alguien quiere estar contigo, va a buscar la forma de estar contigo. Moverá Roma con Santiago, pondrá el mundo patas arriba si es preciso, hará lo que tenga que hacer, y sacará tiempo, tiempo de calidad, para estar contigo. Te hará saber, no sólo de palabra sino sobre todo con hechos, que tú eres la persona más importante en su vida, que su mundo gira en torno a ti, que eres el centro de su universo. Y si esto no es así... plantéate esa relación. Si nunca tiene tiempo para estar contigo, si siempre tiene mucho trabajo, si tiene siempre una razón para no verte, si te da las migajas de su tiempo... quiérete y búscate otro, búscate otra. Todo eso, el trabajo, los amigos, los compromisos, la familia, el perro, los viajes de negocios, lo que sea que te cuente como excusa para no verte son eso, excusas y nada más que excusas. No pierdas el tiempo con quien no quiere ganarlo contigo, no supliques que te dedique su atención, no gastes ni un sólo minuto de tu vida con alguien que demuestra no merecerte. Si alguien te quiere de verdad ha de demostrarlo, y ten por seguro que si ese amor es verdadero lo hará. Y si no lo hace... quiérete y mándale a paseo. No pierdas tu tiempo, que el amor no se mendiga.

Pero este vídeo tiene doble dirección. Si de verdad quieres a alguien... compórtate como un valiente, arriesga tu vida por esa persona, conviértela en tu centro, en tu mayor pasión, en lo que da sentido a tu vida. Vuelve loca, loca de amor a esa persona, no te guardes nada, dáselo todo, haz que sienta que no hay otra, otro, en el mundo más que ella, que él. No te guardes ni un sólo beso, ni una sóla caricia, ni un sólo te quiero. No racanees tus atenciones, tus detalles, tus gestos de cariño. Sorpréndela, sorpréndele, vela por sus sueños, conquístala, conquístale cada día, uno sí y otro también. Y cuando no tengas ganas, cuando estés cansado, cuando la vida te pese... redobla tus esfuerzos, que es en esos momentos cuando más hay que demostrar el amor. Es en los momentos de aridez y de desgana cuando hay que echar el resto para volverse a enamorar, para volver a enamorar a la persona querida. ¡Quiérela, coño, quiérela! No pongas excusas, no te inventes cuentos, no te engañes contándotelos a ti mismo. Quiérela, y punto. Y demuéstraselo. Y si no estás dispuesto, déjala marchar, déjala libre, que no mereces su amor.

viernes, agosto 07, 2015

SIC TRANSIT GLORIA MUNDI



Hace dos días murió Roberto, de un infarto. No tuve la suerte de conocerle, tan sólo un par de minutos, un hola y un adiós a las puertas del Retiro. Me lo presentó Jose, mi compañero y amigo en el DPOP (curso de desarrollo personal que trajo a mi vida gente maravillosa). No tuve la suerte de conocerle, digo, pero lo que he oído de él es todo bueno. Era, seguro, como se suele decir, un hombre bueno. No sé cuántos años tenía, pero, como se puede ver en la foto, era joven. Un infarto se lo llevó, dejando un vacío en las vidas de todos los que frecuentaban su amistad.

Cuando leí la noticia de su muerte, me quedé paralizado. No lo podía creer. Aquel hombre de sonrisa profunda, mirada afable y apretón firme de manos (como a mí me gusta, como dan la mano las personas recias), aquel hombre ya no estaba entre nosotros. Y eso me dio mucho que pensar. La vida son dos días, como se suele decir... y no nos damos cuenta hasta que algo así sucede. Lo malo es que sucede, nos llevamos las manos a la cabeza, nos quedamos conmocionados... y a los tres días estamos de nuevo en nuestras cosas, como si nada hubiera sucedido, sin aprender nada nuevo.

La vida pasa, y pasa rápido. Y la muerte nos llega a todos. Antes o después, pero llega. Es lo más cierto que sabemos desde que nacemos. Nuestro paso por este mundo es transitorio, es fugaz, tiene fecha de caducidad, aunque no la conozcamos. Y sin embargo, nos negamos a aceptarlo. Tenemos tanto miedo a la muerte que vivimos de espaldas a ella. No queremos nombrarla, la queremos bien lejos, es nuestro enemigo silencioso, que nos espera a la vuelta de la esquina, y que tratamos de burlar, engañándonos a nosotros mismos, porque por mucho que hagamos, antes o después nos alcanzará.

Pero... ¿tiene sentido huir de la muerte, vivir de espaldas a ella? Si es algo que está ahí, cada día, ¿por qué empeñarnos en ocultarla? No quiero, ni mucho menos, convertir este artículo en una dosis de pesimismo. Más bien todo lo contrario. Aceptar que nos vamos a morir, enfrentar de cara a la muerte y tratarla de tú a tú, puede ser, debería ser, la mejor forma de vivir una vida en plenitud. ¡Cuántos "mañana lo haré" nos ahorraríamos! Mañana lo haré, sí, pero... ¿y si no hay un mañana para mí? Nos pasamos la vida aplazando las cosas pensando que ya las haremos, creyendo que nuestro tiempo es infinito. Pero el día menos pensado todo se acaba. Y de pronto nos quedamos sin decir a aquella persona lo mucho que la queríamos, nos quedamos sin besar y sin abrazar a nuestros seres queridos, nos quedamos sin pedir perdón a aquel amigo con el que nos enfadamos por una tontería, nos quedamos sin hacer tantas y tantas cosas porque ya las haremos mañana...

La noticia de la muerte de Roberto me ha hecho reflexionar mucho. Pienso, y me lo aplico a mí el primero, que deberíamos vivir la vida con mucha más intensidad de lo que la vivimos. Tantas horas perdidas, tantas oportunidades que pasan por no atrevernos, por no arriesgar, por aplazar momentos que puede que nunca lleguen. A menudo vivimos la vida con miedo, con miedo a equivocarnos, con miedo a perder, con miedo al ridículo, con miedo a amar, con miedo a atravesar puertas por no estar seguro de lo que hay detrás, con miedo a comenzar caminos por no saber si nos llevarán donde queremos... Y mientras, la vida pasa, inclemente, no espera a nadie, no se detiene. ¿A qué estamos esperando para vivirla en plenitud? ¿A qué esperamos para exprimirla a tope, para sacarle todo su jugo, para bebérnosla a chorros? Si nos caemos, ya nos levantaremos. Si nos equivocamos, ya rectificaremos, si nos perdemos ya nos reencontraremos, si no sabemos a dónde vamos ya empezaremos de nuevo. Pero vivamos, vivamos sin miedo y arriesgando, porque sólo tenemos una oportunidad.

Si quieres a alguien, díselo, y haz lo que tengas que hacer para que se entere; si te gusta alguien, díselo, no te andes con tiras y aflojas y con tonterías de adolescente; si tienes algún conflicto con alguien perdónale y pídele perdón; si tienes una idea entre manos y te da miedo arriesgar, arriésgate ya; si tienes un sueño persíguelo; si quieres correr una maratón empieza ya a entrenar; si quieres subir una montaña súbela, si quieres aprender a nadar ponte a ello; si quieres amar, ama, y hazlo a lo grande, con mayúsculas, sin guardarte nada por miedo a salir herido, sin miedo a perder, sin miedo a arriesgar. Pero hazlo ya, no te quedes tirado en el sofá esperando a mañana... porque no sabes si mañana llegará. Y los demás se merecen que les des lo mejor de ti. La vida te está esperando, no la defraudes. Sal afuera, rompe tu cascarón, tu zona de confort, libera el hombre, la mujer valiente que llevas dentro, y cómete el mundo. Demuéstrale a la muerte que no le tienes miedo. Ríete de ella a carcajadas. 

Decía Víktor Frankl que no importa lo que esperes tú de la vida, sino que lo que importa es lo que la vida espere de ti. Y la vida son los demás, es la gente que te quiere, son las montañas que están esperando a que las subas, los ríos que desean que los cruces a nado, esas páginas en blanco deseosas de que escribas en ellas tus mejores composiciones, la vida son todas esas oportunidades que no debes dejar escapar por miedo a perder. Estoy seguro de que Roberto, desde donde ahora esté, con la sabiduría que ya ha alcanzado, nos anima a ello. Vamos a vivir, vamos a conquistar el mundo.vamos a AMAR. Así, con mayúsculas. Es la mejor forma de afrontar la muerte, de cara, sin miedo. Descansa en paz, Roberto.

lunes, agosto 03, 2015

VIVIR EL AGRADECIMIENTO



El agradecimiento, como cualquier otra cosa en la vida, se demuestra andando. Dar las gracias por algo, un favor, un servicio, una ayuda prestada... puede ser un simple gesto de educación, una fórmula de cortesía o algo mecánico que nos sale porque nos lo enseñaron de pequeños. Pero el agradecimiento es otra cosa, el agradecimiento es una actitud. Como el amar. No basta con decir "te quiero", hay que demostrarlo. No basta con decir "gracias", es necesario demostrarlo.

¿Y cómo se vive el agradecimiento? Pues... pienso que es algo que tiene mucho que ver con el amor. Cuando uno se siente agradecido por algo, lo demuestra amando. Es algo que, normalmente uno ni siquiera se plantea, porque sale del corazón. Cuando uno vive agradecido, se nota. Y también se nota lo contrario. Hay personas a las que se les llena la boca de agradecimiento, pero su actitud demuestra lo contrario. Suelen ser los mismos que hablan mucho de amor, dicen mucho "te quiero", pero a la hora de la verdad viven de puertas para adentro. Mucho te quiero, perrico, pero pan poquico, que dice el refranero.

Cuando uno está agradecido de verdad, cuando uno ama de verdad, lo demuestra con hechos, un día, y otro, y al siguiente. Alguien agradecido, alguien enamorado -creo que son palabras que están muy próximas- se desvive por el otro, está dispuesto a cualquier cosa por hacerle la vida más agradable, por hacerle feliz, por verle sonreír. Y no hacen falta heroicidades para demostrar el agradecimiento, para demostrar el amor. No hacen falta grandes acciones, ni volver el mundo del revés (aunque se pueda estar dispuesto a ello y a veces se haga). Se demuestra con el día a día, con pequeños gestos, con una sonrisa, con un detalle, con una visita por sorpresa, con una llamada inesperada, con un beso furtivo... Todo depende, evidentemente, del tipo de relación que tengamos con esa persona a la que agradecemos algo, y quizá también con ese algo por lo que estamos agradecidos. No es lo mismo estar agradecidos con los padres, por la vida recibida, por la educación, por los esfuerzos hechos para sacarnos adelante, que estar agradecido con un amigo que está ahí siempre que lo necesitamos. La forma de demostrar nuestro agradecimiento será diferente.

Uno puede también -y me atrevería a decir, debe- estar agradecido con la vida. Gracias a la vida, que me ha dado tanto, dice la canción. Y quizá llegados a este punto haya quien pueda decir, ah, no, yo no. A mí la vida me trata muy mal, yo no tengo nada que agradecer a la vida. Y puede ser que sí, que la vida a uno le trate mal, y que no vea motivos para estar agradecido con nada. Es cierto que hay vidas muy miserables, y yo sería el último en juzgar a nadie por no encontrar motivos de agradecimiento en la vida. Pero... ¿y si lo intentamos? A veces sólo hace falta mirar a nuestro alrededor para encontrar cientos, miles de motivos por los que estar agradecido. Un amanecer, una puesta de sol, una flor que nos sonríe al pasar a su lado, la risa de un niño, la lluvia de primavera, una palabra amable de un tendero, el trabajo de un barrendero que adecenta la ciudad, la dedicación de un mago infantil que hace sonreír a un niño enfermo... ¡Hay tantos y tantos motivos para estar agradecidos a la vida!

Hace tiempo leí por Internet acerca de un proyecto, que hoy os propongo a vosotros. Es todo un reto, que merece la pena hacer. Se trata de encontrar 365 cosas por las que estar agradecido, una por cada día del año. Y para hacerlo mejor, podemos coger un cuaderno e ir anotando día tras día eso por lo que estamos agradecidos. Cada día una cosa. Se puede escribir un pequeño texto, e incluso, como proponía el proyecto del que os hablo, acompañarlo de una fotografía. Este pequeño ejercicio nos ayudará a reparar en cosas a las que normalmente no prestamos mucha atención, y que, sin embargo, son motivo de agradecimiento. Y como la felicidad tiene mucho que ver con vivir agradecidos, seguro que después de un año dedicados a este proyecto, a encontrar cada día un motivo para dar gracias, seremos al menos un poquito más felices. ¿Te atreves? ¡No lo dejes para mañana!