Hace dos días murió Roberto, de un infarto. No tuve la suerte de conocerle, tan sólo un par de minutos, un hola y un adiós a las puertas del Retiro. Me lo presentó Jose, mi compañero y amigo en el DPOP (curso de desarrollo personal que trajo a mi vida gente maravillosa). No tuve la suerte de conocerle, digo, pero lo que he oído de él es todo bueno. Era, seguro, como se suele decir, un hombre bueno. No sé cuántos años tenía, pero, como se puede ver en la foto, era joven. Un infarto se lo llevó, dejando un vacío en las vidas de todos los que frecuentaban su amistad.
Cuando leí la noticia de su muerte, me quedé paralizado. No lo podía creer. Aquel hombre de sonrisa profunda, mirada afable y apretón firme de manos (como a mí me gusta, como dan la mano las personas recias), aquel hombre ya no estaba entre nosotros. Y eso me dio mucho que pensar. La vida son dos días, como se suele decir... y no nos damos cuenta hasta que algo así sucede. Lo malo es que sucede, nos llevamos las manos a la cabeza, nos quedamos conmocionados... y a los tres días estamos de nuevo en nuestras cosas, como si nada hubiera sucedido, sin aprender nada nuevo.
La vida pasa, y pasa rápido. Y la muerte nos llega a todos. Antes o después, pero llega. Es lo más cierto que sabemos desde que nacemos. Nuestro paso por este mundo es transitorio, es fugaz, tiene fecha de caducidad, aunque no la conozcamos. Y sin embargo, nos negamos a aceptarlo. Tenemos tanto miedo a la muerte que vivimos de espaldas a ella. No queremos nombrarla, la queremos bien lejos, es nuestro enemigo silencioso, que nos espera a la vuelta de la esquina, y que tratamos de burlar, engañándonos a nosotros mismos, porque por mucho que hagamos, antes o después nos alcanzará.
Pero... ¿tiene sentido huir de la muerte, vivir de espaldas a ella? Si es algo que está ahí, cada día, ¿por qué empeñarnos en ocultarla? No quiero, ni mucho menos, convertir este artículo en una dosis de pesimismo. Más bien todo lo contrario. Aceptar que nos vamos a morir, enfrentar de cara a la muerte y tratarla de tú a tú, puede ser, debería ser, la mejor forma de vivir una vida en plenitud. ¡Cuántos "mañana lo haré" nos ahorraríamos! Mañana lo haré, sí, pero... ¿y si no hay un mañana para mí? Nos pasamos la vida aplazando las cosas pensando que ya las haremos, creyendo que nuestro tiempo es infinito. Pero el día menos pensado todo se acaba. Y de pronto nos quedamos sin decir a aquella persona lo mucho que la queríamos, nos quedamos sin besar y sin abrazar a nuestros seres queridos, nos quedamos sin pedir perdón a aquel amigo con el que nos enfadamos por una tontería, nos quedamos sin hacer tantas y tantas cosas porque ya las haremos mañana...
La noticia de la muerte de Roberto me ha hecho reflexionar mucho. Pienso, y me lo aplico a mí el primero, que deberíamos vivir la vida con mucha más intensidad de lo que la vivimos. Tantas horas perdidas, tantas oportunidades que pasan por no atrevernos, por no arriesgar, por aplazar momentos que puede que nunca lleguen. A menudo vivimos la vida con miedo, con miedo a equivocarnos, con miedo a perder, con miedo al ridículo, con miedo a amar, con miedo a atravesar puertas por no estar seguro de lo que hay detrás, con miedo a comenzar caminos por no saber si nos llevarán donde queremos... Y mientras, la vida pasa, inclemente, no espera a nadie, no se detiene. ¿A qué estamos esperando para vivirla en plenitud? ¿A qué esperamos para exprimirla a tope, para sacarle todo su jugo, para bebérnosla a chorros? Si nos caemos, ya nos levantaremos. Si nos equivocamos, ya rectificaremos, si nos perdemos ya nos reencontraremos, si no sabemos a dónde vamos ya empezaremos de nuevo. Pero vivamos, vivamos sin miedo y arriesgando, porque sólo tenemos una oportunidad.
Si quieres a alguien, díselo, y haz lo que tengas que hacer para que se entere; si te gusta alguien, díselo, no te andes con tiras y aflojas y con tonterías de adolescente; si tienes algún conflicto con alguien perdónale y pídele perdón; si tienes una idea entre manos y te da miedo arriesgar, arriésgate ya; si tienes un sueño persíguelo; si quieres correr una maratón empieza ya a entrenar; si quieres subir una montaña súbela, si quieres aprender a nadar ponte a ello; si quieres amar, ama, y hazlo a lo grande, con mayúsculas, sin guardarte nada por miedo a salir herido, sin miedo a perder, sin miedo a arriesgar. Pero hazlo ya, no te quedes tirado en el sofá esperando a mañana... porque no sabes si mañana llegará. Y los demás se merecen que les des lo mejor de ti. La vida te está esperando, no la defraudes. Sal afuera, rompe tu cascarón, tu zona de confort, libera el hombre, la mujer valiente que llevas dentro, y cómete el mundo. Demuéstrale a la muerte que no le tienes miedo. Ríete de ella a carcajadas.
Decía Víktor Frankl que no importa lo que esperes tú de la vida, sino que lo que importa es lo que la vida espere de ti. Y la vida son los demás, es la gente que te quiere, son las montañas que están esperando a que las subas, los ríos que desean que los cruces a nado, esas páginas en blanco deseosas de que escribas en ellas tus mejores composiciones, la vida son todas esas oportunidades que no debes dejar escapar por miedo a perder. Estoy seguro de que Roberto, desde donde ahora esté, con la sabiduría que ya ha alcanzado, nos anima a ello. Vamos a vivir, vamos a conquistar el mundo.vamos a AMAR. Así, con mayúsculas. Es la mejor forma de afrontar la muerte, de cara, sin miedo. Descansa en paz, Roberto.
2 comentarios:
Hola Alejandro, me ha encantado tu post! Un abrazo, Barrero (El Prado)
Gracias, Carlos!! Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.
Publicar un comentario