Ayer vi una película, "Héctor y el secreto de la felicidad", que además de entretenerme, emocionarme, divertirme y gustarme mucho, me hizo reflexionar. Y es que muchas veces buscamos la felicidad donde no está, y nos desesperamos porque no la encontramos.
Héctor es un psiquiatra con una vida perfecta. Una novia perfecta, un trabajo perfecto, una casa perfecta... Todo es ordenado y predecible en la vida de Héctor y Clara, su novia. Todo es perfecto... y sin embargo Héctor no es feliz. La rutina diaria le impide darse cuenta de ello, pero los pacientes de su consulta le desquician cada vez más. No se da cuenta de que con quien realmente está enfadado es consigo mismo, que lo que no aguanta es su vida rutinaria, monótona, aburrida, egoísta, desprovista de cualquier aliciente que la haga al menos un tanto divertida. Y así, llega un momento en que ya no puede aguantar más, y decide emprender un viaje en busca de qué es aquello que a la gente le hace feliz. Esa es la excusa. Lo que en realidad busca es la manera de alcanzar su propia felicidad.
La búsqueda del secreto de la felicidad lleva a Héctor al lejano oriente, donde, de la mano de un magnate de las finanzas del que se hace "amigo" en el avión, descubre lo que podríamos llamar el lujo asiático. Y acaba llegando a la conclusión de que la felicidad no está en las riquezas, ni en el lujo, ni en el placer. Así que decide continuar su viaje, decide proseguir su investigación con la esperanza de encontrar ese tan ansiado secreto que le saque de su amargura y su aburrimiento.
En África Héctor se ve obligado a convivir con el miedo, y viendo cercana la muerte empieza a valorar algunas cosas de las que antes ni se percataba. También conoce a una serie de personas que viven con lo más básico, y que a pesar de todo parecen muy felices. Sin embargo, y a pesar de sus nuevos descubrimientos, aún le queda mucho camino por recorrer.
Ya en EEUU va a encontrarse con una antigua novia de universidad que acaba poniéndole los puntos sobre las íes. Agnes -así se llama ella- le desnuda -metafóricamente hablando- de arriba a abajo, y le hace ver que, ya desde la relación que mantuvieron en su juventud, Héctor no es capaz de mirar más allá de su propio ombligo. Agnes ha evolucionado, ha rehecho su vida después de su relación con Héctor, pero Héctor se ha mantenido anclado en el pasado, no ha sido capaz de pasar página, no ha madurado, y lo único que ha hecho ha sido cambiar a una mujer por otra para así continuar cometiendo los mismos errores de siempre, para así continuar viviendo con su miedo al compromiso, para así seguir siendo el mismo hombre mediocre, egoísta y timorato, incapaz de ser feliz.
Lo que sigue no lo desvelaré, para no destripar la película, aún más de lo que ya lo he hecho. Me limitaré a terminar mi artículo con una serie de reflexiones personales acerca de la felicidad.
Y es que, como la película de Peter Chelsom nos hace ver, y como ya he mencionado más arriba, la felicidad no está en el dinero, no está en el lujo, no está en el placer. La felicidad sólo se puede encontrar cuando uno se despoja de sí mismo y decide dar un paso hacia los demás. Las puertas de la felicidad se abren hacia afuera, y no hacia adentro. La felicidad está en el dar, está en el compartir, está en la escucha y en la generosidad, está en el saber ponerse en el lugar del otro, está en el vivir pendiente de las necesidades de los demás.
La felicidad no está tampoco en la perfección ni en lo predecible. Héctor y Clara llevaban una vida aparentemente perfecta, todo estaba en su sitio. Pero no eran felices. Se dice que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Y yo creo, además, que la perfección es también enemiga de la felicidad. Una vida, para ser plena, ha de ser imperfecta, ha de tener errores que puedan ser convertidos en aprendizajes, ha de ser sometida a lo impredecible y al cambio. Ha de tener un mínimo de riesgo, de aventura, un toque de locura sana. La vida ha de ser vivida y ha de ser gastada. Si uno se limita a verla pasar, no puede ser feliz. Como decía la Madre Teresa de Calcuta, "la vida es aventura, vívela".
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