Estos días pasados hemos tenido la oportunidad de vivir una nueva gesta del deporte español. Nuestra selección de baloncesto, capitaneada por un Felipe Reyes que, como los grandes vinos, mejora con la edad, y liderada por Pau Gasol, un hombre de otro planeta, nos ha vuelto a dar una alegría, otra más, y van... unas cuantas. Pero esta vez ha sido, si cabe, de forma más heroica, más épica. Algunos de los mejores (Ricky Rubio, Juan Carlos Navarro, Abrines, Marc Gasol, Calderón) no estaban. Esta vez, como los propios protagonistas reconocieron, había menos talento. Pero había mucha furia, mucha garra, muchas ganas, mucha pasión... ¡muchos huevos!
El campeonato empezó con un revés, la derrota ante Serbia, uno de los grandes favoritos del torneo. Después pasamos por encima de los turcos, cargando la mochila con ánimos renovados. Pero a continuación Italia volvió a mostrarnos la cruda realidad, y nos vimos obligados a ganar a otra gran potencia del baloncesto, Alemania, liderada por Nowitzki. Eran ellos o nosotros. El que ganaba seguía, el que perdía quedaba fuera. Y volvimos a dar la cara, volvimos a mostrar nuestra casta, volvimos a decir a Europa que nuestro objetivo era el oro y no otro.
Pero antes, un camino lleno de escollos. Quizá el menos complicado el primero, Polonia. Pero a partir de ahí... a partir de ahí tuvimos que vérnoslas con las favoritas del torneo, con rivales realmente duros y complicados, con muchísimo talento y mucho baloncesto en sus filas. En cuartos de final, Grecia, ante la cual tuvimos que sudar la gota gorda. Pero fue en semifinales, ya en territorio francés, cuando España dejó claras cuáles eran sus intenciones. En casa del anfitrión, con todo en contra (incluidos los árbitros, cuya actuación dejó muchísimo que desear), y cuando peor estaban las cosas, apareció un hombre de otro planeta, y, escoltándolo, un equipo de gladiadores, un equipo de espartanos que fueron capaces, entre todos, creyendo en sí mismos, creyendo en la victoria, de dar la vuelta a un partido que parecía perdido. Y lo hicieron poniéndose el mono de trabajo. Probablemente -seguro- con menos talento que los franceses. Pero con más rabia, con más fuerza, con más coraje, con más pasión, con esa furia que nos ha caracterizado a los españoles a lo largo de la Historia, con más... cojones, sí, por qué no decirlo, con más cojones que ellos. Es posible que los franceses tuvieran mejores jugadores, además del apoyo de la grada, y de los árbitros en decisiones decisivas. Pero España demostró poder con eso y mucho más, demostrando al mundo que no todo en la vida es talento. Y, resurgiendo de las cenizas, cual Ave Fénix, se llevó una victoria que parecía imposible.
Por último llegó Lituania. Un equipo de soldados, como lo definió Rudy, un enorme Rudy que jugó todo el campeonato lesionado, con dolores de espalda, que en ocasiones le hicieron sufrir lo indecible. Pero España llegaba con carrerilla, llegaba con la fuerza de haber derrotado a Francia cuando parecía imposible, llegaba creyendo más que nunca en el oro, y se llevó el partido de manera más sencilla a la que se esperaba. Y no porque Lituania no opusiera resistencia. Sino porque desde el principio, como dijo el "extraterrestre", bajaron el culo, se pusieron el mono de faena y lucharon cada canasta como si fuera la última. Y ante eso, los lituanos nada pudieron hacer.
La selección española ha dado grandes lecciones durante estos días de campeonato. Nos ha enseñado, como ya he mencionado, que, además del talento, son necesarias otras virtudes para ganar las grandes batallas de la vida. Hace falta mucha fuerza, mucha determinación, hace falta coraje, hace falta creer, y hace falta trabajar en equipo. Porque si algo ha demostrado nuestra selección, es que es un gran equipo, una piña, como se suele decir. Todos aportaban algo, nadie se escondía, nadie se quejaba cuando le tocaba estar en el banquillo, todos remaban en la misma dirección. Todos a una, especialmente en los momentos difíciles. Nos han enseñado también la importancia de levantarse después de cada caída, de volver a luchar, de creer en la victoria incluso cuando ésta parece más lejana. Nos han enseñado también cómo hacer oídos sordos a las críticas, o, mejor aún, como servirse de esas críticas para lograr aún más fuerza. No fueron pocas las voces críticas hacia el seleccionador por llevar a la plantilla que llevaba, y hacia algunos de los jugadores, jugadores que han callado muchas voces con su juego y con su entrega.
Todas esas lecciones las podemos aplicar a nuestra vida. Luchar por nuestros sueños, y alcanzarlos, es posible si en ello se pone toda la pasión, todo el coraje, toda la rabia, toda la fuerza del mundo. Y constancia, mucha constancia. Trabajar un día y otro, después de cada victoria y después de cada derrota. Levantarse una vez y otra, pelear, bregar, dar cada día un nuevo paso, aunque sea pequeño. Y, como dije en mi último artículo, disfrutar del camino. Esa es otra de las cosas que han hecho nuestros héroes: disfrutar de cada partido, disfrutar de la convivencia entre ellos, pasárselo bien jugando al baloncesto. Y sufrir juntos cuando tocaba. Que la vida es eso, alegría y disfrute, pero también sufrimiento y tristeza. Todo ello, en la misma batidora, para alcanzar el éxito, para alcanzar la felicidad. Cada día. Paso a paso. ¡¡A por ello!!
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