miércoles, septiembre 09, 2015

LA VIDA EN HORA Y MEDIA



El pasado viernes por la tarde, después de comer, decidí ir a dar un paseo por El Pardo, con Zarko, mi perro. Así que cogí el coche, y allí nos fuimos. Llegamos a eso de las 15.30, quizá un poco después. No había nadie, estábamos solos, todo era perfecto para pasar un rato relajante, alejados del ruido, de la contaminación, del bullicio de la ciudad. Sólo había una pega, si es que se le podía considerar pega (quizá para otros lo fuera, para mí, en principio, no tanto): el cielo amenazaba tormenta. Si mirabas hacia un lado, aún había tramos bastante despejados. De hecho, nuestros primeros pasos fueron acompañados de un sol que picaba en el cuello al caminar. Pero si mirabas hacia el lado contrario... densas nubes, cada vez más negras, parecían anunciar un segundo diluvio universal. Pero como decía antes, para mí, en principio, una tormenta de verano no es un gran obstáculo para darme un paseo por el campo. Sí lo sería si el destino fuera otro, y si la tormenta fuera eléctrica. Pero en este caso, lo más que me podía pasar era que me mojara un poco. Así que decidí continuar.

Y a medida que lo hacía, las nubes se acercaban cada vez más, cada vez eran más densas, más oscuras, más amenazantes. Algunos kilómetros más allá, hacia el oeste, en la sierra, las nubes ya descargaban con fuerza. Y todo parecía apuntar a que era cuestión de tiempo que descargara también sobre nosotros. Paré un momento mientras Zarko buscaba conejos entre los matojos de piorno. Dudé si continuar o no la marcha... y finalmente decidí desafiar a la tormenta y seguir caminando.


El paseo era agradable, la temperatura también. El sol, que al principio molestaba, ya había dejado de hacerlo. Caminábamos Zarko y yo solos, acompañados de vez en cuando por algún conejo o alguna liebre que hacían las delicias de mi atlético perro. Nunca los coge, y no por falta de velocidad. Antes o después los astutos lepóridos encuentran una madriguera donde esconderse o un matorral tras el que hacer un quiebre de despiste. Pero a Zarko no le importa. El hecho de perseguirlos, aun no logrando darles alcance, ya es para él gran motivo de satisfacción. Y para mí... para mí es una delicia verle correr, deleitarme con sus movimientos gráciles y atléticos, verle suspenderse en el aire galopando entre los matorrales.

De vez en cuando me detenía a hacer alguna foto. La naturaleza me regalaba maravillosos cuadros dignos del mejor de los pintores. Es una de las buenas cosas de las tormentas. Las nubes proporcionan al cielo una magia especial, le dan un aspecto tétrico y a la vez embriagador, lo dibujan con una luz especial y un colorido sin igual. 

De pronto comenzó a levantarse un aire, al principio no demasiado fuerte pero que iba incrementando su potencia poco a poco, y que traía consigo algunas gotas de agua, de momento pocas. Pero todo avanzaba a gran velocidad. La fuerza del viento, las nubes, cada vez más densas y oscuras... Hasta que el cielo quedó encapotado del todo, y en cuestión de segundos comenzó a llover con furia, al tiempo que la temperatura bajaba de golpe varios grados. Mientras, Zarko permanecía ajeno a la climatología, y seguía a lo suyo, que era jugar con palos y perseguir conejos.


Y en medio de la tormenta, caminando bajo la lluvia, nos topamos con la muerte. ¡Ah, la muerte, esa indeseada, esa cruel compañera de camino, esa desconocida! Huimos de ella como de la peste, le damos la espalda, no queremos ni oírla nombrar. Y sin embargo, ella, caprichosa y burlona, siempre está ahí, siempre al acecho, siempre a la vuelta de la esquina, esperando su momento, segura de atraparnos en cualquier estación de nuestro viaje. Y yo me pregunto... ¿qué sentido tiene ignorarla? ¿Qué pretendemos conseguir declarándola tabú? Al fin y al cabo, si hay algo seguro en nuestras vidas es que nos vamos a morir. Y de nada sirve ignorarla. 

Pero no, no pretendo, hablando hoy de la muerte, amargarle a nadie la mañana (o la tarde, o la noche, o el momento en el que estés leyendo esto). Al fin y al cabo, no estoy hablando de nada que no conozcamos de sobra. A lo que quiero llegar es a que... si dejáramos de vivir de espaldas a la muerte, si dejáramos de vivir como si nunca nos fuéramos a morir, quizá nuestra vida sería más plena, quizá aprovecharíamos mejor cada momento de nuestra existencia, quizá viviríamos con mayor intensidad. Y es probable que, al llegar el momento de salir de este mundo, lo hiciéramos con mayor dignidad, con más valentía, sin tanto miedo, sin tanto dramatismo. Dicen que uno muere como ha vivido. Si vivimos como cobardes, moriremos como cobardes. Y si vivimos valientemente, exprimiéndole a la vida todo su jugo, moriremos con valentía.


Y tras la tormenta, igual que ocurre en la vida, salió el sol. El viento se llevó las nubes, y con ellas a la lluvia, que fue disminuyendo su fuerza poco a poco hasta desaparecer por completo (aunque, curiosamente, durante un rato seguía cayendo aun sin ninguna nube en el cielo). Igual ocurre, decía, en nuestras vidas. De vez en cuando aparecen tormentas que amenazan con destruirlo todo. Parece que van a ser eternas, que nunca van a desaparecer. Nos hacen creer que nuestra vida ya será siempre así, gris, oscura, triste, sin esperanza ninguna. Sin embargo, antes o después, muchas veces cuando menos lo esperamos, las nubes desaparecen y sale el sol para hacer brillar de nuevo nuestra vida. Pero... esos momentos de luz no serían igual de brillantes sin haber pasado antes por las oscuras tormentas. La calma no tendría valor sin la tempestad. Ambas son necesarias, son ingredientes, para alcanzar una felicidad plena. Son la cara y la cruz de la misma moneda, no se pueden separar. Y cuando lo intentamos, cuando pretendemos vivir siempre en la luz sin aceptar la oscuridad, es cuando aparecen las neurosis, las depresiones, la amargura (sin negar, eso sí, que todo esto pueda aparecer a veces por otras causas ajenas a nosotros). Lo bueno es saber que, al final, siempre sale el sol.


Finalmente llegué al coche seco y sin rastro de haber caminado durante casi una hora bajo la lluvia. En hora y media de paseo (poco más), pude disfrutar de numerosos regalos que esa tarde me quiso hacer la naturaleza, invitándome a reflexionar sobre la vida. Me regaló también unas cuantas fotos, algunas de las cuales comparto con vosotros en este artículo.

Una vez más, gracias por leerme, por estar ahí. Por vuestros comentarios, por vuestros ánimos, por vuestras felicitaciones, por vuestras críticas. Gracias por vuestra presencia.

1 comentario:

Mª Elena dijo...

¡¡Magnífico artículo!! Como todos los demás.