Una vez pasada la tormenta de los execrables atentados de París, quisiera hacer aquí una serie de reflexiones personales. No sé si es el lugar adecuado, pero es el altavoz que tengo y no quiero dejar pasar la oportunidad.
No creo necesario manifestar de nuevo mi horror hacia lo ocurrido en París estos días. Cualquier atentado contra la vida merece mi más firme repulsa y condena. No he dudado ni un instante, y no me arrepiento de ello (es más, me reafirmo) en solidarizarme con los trabajadores de Charlie Hebdo. Pero como lo cortés no quita lo valiente, creo necesario hacer una serie de reflexiones. Desde la calma, desde el respeto, y después de haber leído unos cuantos artículos al respecto en estos últimos días.
Creo que la libertad de expresión es un derecho fundamental que ha de ser defendido a toda costa. Pero creo también que no todo vale en nombre de la libertad de expresión. La libertad de expresión termina donde empieza el derecho a la dignidad y al honor de los demás, ya sean los demás personas individuales o instituciones de cualquier tipo (religiosas, civiles, militares, políticas...). No me parece moralmente aceptable publicar viñetas como las que publica Charie Hebdo, cuando esas viñetas atacan frontalmente la dignidad y el honor de diversas religiones. Nada justifica lo que ocurrió el otro día en París, pero tampoco me parecen aceptables este tipo de publicaciones. La libertad ha de ser sagrada, pero no es un bien absoluto. Mi libertad termina donde empieza la del vecino. Y ha de ser así, pues si no ponemos límites, la convivencia pacífica sería imposible. Tengo derecho a disfrutar de una alegre velada con mis amigos en mi casa, hasta la hora que me dé la gana. Pero ese derecho ha de ser compatible con el que tienen mis vecinos a disfrutar de un descanso reparador. Si el tono de las voces de mis amigos, si la música que ponemos, si el ruido en general, se eleva por encima de unos niveles aceptables, ya no estoy respetando el derecho que tienen mis vecinos a descansar, ya no estoy haciendo un uso racional y respetuoso de mi libertad.
Seguiré siendo Charlie Hebdo cuando de defender la libertad de expresión se trate. Pero dejaré de ser Charlie Hebdo, es más, me opondré frontalmente a Charlie Hebdo (o a cualquier otro medio de comunicación), cuando, en nombre de una falsa libertad de expresión, se ataquen la dignidad y el honor, ya sea de personas, de religiones o de cualquier otro tipo de institución. Y lo haré, eso sí, con las únicas armas con las que me parece aceptable hacerlo: el papel y el lápiz, o, como en este caso, el teclado y la pantalla del ordenador. Lo haré también, ni que decir tiene, siempre desde el más profundo respeto. Creo necesario, para convivir pacíficamente, poner una serie de reglas, una serie de límites, sin los cuales esa convivencia se hace imposible. Y dentro de esos límites todos podemos jugar. Fuera, la baraja se rompe. Libertad sí, responsabilidad también.
6 comentarios:
Lo suscribo totalmente. Has dado en la diana.
Tienes razón; pero no olvidemos que estos matan sin criterio alguno; no olvidemos los sucesos de las Torres Gemelas y Atocha
Tan fácil como no comprarlo.
No, no es tan fácil como no comprarlo. Todo aquello que atenta contra la dignidad y el honor de los demás no debe ser permitido. La libertad de expresión tiene sus límites, y han de ser respetados.
Es cierto, Irene, estoy de acuerdo contigo. Esta gente tiene como filosofía de vida (si es que a eso se le puede llamar filosofía) el nihilismo, y en nombre de ello cometen esos atroces crímenes. Nada los justifica. Como nada justifica (aunque sea mucho peor lo primero) el ataque al honor y a la dignidad de los demás, aunque no pensemos como ellos.
Que pena que no haya gente valiente que defienda estas posturas en los medios de comunicación/manifestaciones/periódicos, etc.
Estoy 100% de acuerdo contigo.
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