Nos pasamos media vida quejándonos por todo lo que nos rodea. Nos quejamos del atasco en el que estamos, nos quejamos por la cola del supermercado, nos quejamos porque no nos gusta el trabajo que hacemos, nos quejamos porque el vecino no nos da los buenos días, nos quejamos porque llueve, nos quejamos porque lleva mucho tiempo sin llover, nos quejemos porque hace frío, nos quejamos porque hace calor, nos quejamos porque nos pica la planta del pie o la punta de la nariz, nos quejamos porque nos salió mal la comida, nos quejamos porque nos invitaron a una fiesta a la que no nos apetece ir... Podría seguir rellenando líneas y líneas hablando de miles de cosas por las que nos quejamos a diario. ¿Y qué ganamos con ello? Absolutamente nada. Sólo conseguimos amargarnos a nosotros mismos y amargar a los que conviven con nosotros. ¿Por qué no cambiar entonces el chip? ¿Por qué, en lugar de centrarnos en todo aquello que nos molesta, no nos centramos en ser agradecidos con todo lo bueno que tenemos, que es mucho? ¿Y por qué, en lugar de utilizar un lenguaje negativo, no empezamos a hablar en positivo? Si fuéramos conscientes de los milagros que el lenguaje puede hacer en nosotros, rápidamente comenzaríamos a esforzarnos para cambiarlo.
Y es que, lo crean o no, el lenguaje produce cambios en el cerebro. Un lenguaje positivo puede incluso alargar la vida. El lenguaje influye, además, en nuestra manera de pensar. Si mandamos a nuestro cerebro mensajes positivos, este responderá de manera diferente a si los estímulos que le mandamos son negativos.
A finales de los años 80, científicos de la Universidad de Kentucky iniciaron un estudio con 678 monjas de diferentes conventos. Además de analizar diversos escritos suyos, las sometieron durante un período de dos años a diferentes pruebas físicas e intelectuales, y se las dividió en grupos según la abundancia de términos positivos o negativos hallados en sus escritos. No me extenderé a la hora de analizar los resultados del experimento, pero sí destacaré algunos hallazgos de los científicos encargados de llevarlo a cabo.
Por un lado, las monjas que eran capaces de elaborar más pensamientos con mayor economía lingüística, o mostraban mayor riqueza de vocabulario, demostraban menos propensión a desarrollar enfermedades de tipo Alzheimer o demencia senil.
Por otro lado, las monjas que utilizaban más términos positivos a la hora de expresarse, vivían entre 7 y diez años más que el resto.
El 54% del grupo más alegre seguían vivas a los 94 años, mientras que sólo sobrevivían el 11% del grupo menos alegre.
En definitiva, las monjas más longevas eran las que sonreían más, las que eran más acogedoras, las que tenían más curiosidad por aprender cosas nuevas, las que regalaban mucho (sin motivo alguno), las que tenían menos prejuicios, las que tenían un brillo especial en la mirada y eran capaces de reírse de sí mismas, y las que utilizaban más términos positivos a la hora de expresarse. Al parecer, este último indicador era el más importante de los analizados.
No siendo este estudio aún totalmente concluyente, sí podemos sacar algunas conclusiones. Y es que parece que las personas felices, por un lado tienden a ser menos propensas a desarrollar la enfermedad de Alhzeimer, y por otro, tienden a ser más longevas que las personas tristes.
Visto lo visto, ¿no es mejor vivir en el agradecimiento que en la queja? Como decía más arriba, nuestro lenguaje influye en nuestro cerebro y en la manera de comportarnos. Dicho de otra manera, si nos acostumbramos a utilizar un lenguaje rico y positivo, nuestras probabilidades de llevar una vida feliz serán bastante más grandes que si nuestro lenguaje es pobre y quejumbroso. Y si llevamos una vida feliz, tenemos más probabilidades de vivir más tiempo y con mayor calidad de vida. ¿Por qué no probarlo? No hay nada que perder, y sí mucho que ganar. Cuanto menos, conseguiremos crear un clima mucho más positivo con nosotros mismos y con los que tenemos alrededor.
2 comentarios:
Cuanta razón tienes Lex. Yo lo he experimentado en carne propia.
Abrazos y sonrisas,
Mario
¡¡Gracias, Mario!! Abrazo fuerte.
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