El otro día tuve una pequeña discusión de tráfico que no llegó a mayores. Yo circulaba por una rotonda, y lo hacía por fuera, como debe hacerse. Entonces, otro conductor que la hacía por dentro quiso salir de ella y casi golpea mi coche. Frené, evité la colisión, y ambos nos recriminamos nuestra mala conducción. Él me dijo que había que mirar, y yo le dije que las rotondas se hacen por fuera. Entonces él se dio cuenta de que yo tenía razón, inicialmente lo reconoció, pero inmediatamente me echó en cara el habérselo dicho de malas maneras y me insultó. Parecía que el carecer de razón le enervó hasta ese punto. Y esto, después del calentón, me hizo reflexionar. Esta vez yo tenía la razón. Él no la tenía, y le molestó no tenerla. Pero otras veces es al revés. Soy yo el que se equivoca, el que no lleva razón... y el que se carga de ella y se enfada porque le molesta no tenerla.
¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué siempre queremos llevar la razón, y cuando nos damos cuenta de que no la tenemos, nos molesta, no lo reconocemos, nos enfadamos, y además seguimos erre que erre tratando de demostrar que sí la tenemos? ¿Por qué nos cuenta tanto ser humildes? ¿Qué ganamos teniendo razón, aun cuando no la tengamos? ¿Y qué perdemos si reconocemos que nos hemos equivocado y que no tenemos razón? ¿Qué perdemos pidiendo perdón?
Creo que es una actitud muy absurda la que tenemos a menudo, de no querer reconocer que no siempre tenemos razón, que nos equivocamos, que no lo sabemos todo, y que a veces hacemos las cosas mal. ¿No sería más fácil la actitud contraria? Bueno, más fácil quizá no, y a la vista está, pues pocas veces actuamos así. Pero... ¿no sería mejor para nuestra convivencia con los demás? Incluso, ¿no sería mejor para nosotros mismos? Si reconocemos que no tenemos razón, agachamos la cabeza y reconocemos nuestros errores, incluso pedimos perdón por ellos, obtendremos diversos beneficios. Por un lado, sentiremos la tranquilidad y la paz de habernos reconocido imperfectos. Cuando uno se da cuenta de que no tiene razón, y aun así se pone como un energúmeno para defender su razón, en el fondo se siente mal y acaba enfadándose consigo mismo (es, al menos, lo que me pasa a mí). En cambio, cuando uno reconoce que se ha equivocado, acaba quedándose más tranquilo, se quita un peso de encima. Por otro lado, se evitan conflictos con otras personas, con lo que mejora la convivencia. Y por otro, estamos más abiertos a aprender de los demás... y también de nuestros propios errores. Gracias a nuestros errores, y al punto de vista de los demás, nos vamos haciendo más sabios.
Entonces... ¿no es mejor actuar con humildad que con orgullo y prepotencia? Parece que sí, pero... nos cuesta, no parece ser algo natural en nosotros, la humildad parece ser una virtud harto difícil que conquistar. Y es que, dicen los entendidos, que cuando uno se cree humilde ya está dejando de serlo. Aunque esto quizá sería salirse del tema que me trae hoy aquí, quizá sería motivo de otro artículo. Lo que yo quería proponer hoy es que hagamos el esfuerzo de reconocer que no siempre tenemos razón, y que, cuando nos demos cuenta de que no la tenemos, demos un paso atrás y rectifiquemos, pidamos perdón si es necesario, y reconozcamos al otro su razón. Pienso que esto facilitaría mucho la convivencia entre todos. Si lo hacemos en nuestros círculos más cercanos, se irá extendiendo poco a poco, y la sociedad mejorará. Estas cosas funcionan así: cambia tú, y cambiará tu entorno. ¿Te animas? ¿Me acompañas? Venga... ¡vamos!
Agradezco tus comentarios en el blog, agradezco también que difundas mis artículos, y agradezco mucho que me critiques, que me des caña, que me digas con qué no estás de acuerdo y por qué, que me expliques cuál es tu punto de vista. También agradezco, por supuesto, los piropos. Pero con ellos aprendo menos que con tus críticas. ¿Me ayudas a crecer? ¡Gracias!