En mi artículo de hoy quiero compartir algo que escribí hace unos días, tomando un descanso en el cercano (cercano a Madrid) monte de El Pardo. Son sólo unas líneas, inspiradas por la belleza de todo lo que me rodeaba, inspiradas por la calma y la paz que todo aquello me transmitía. En ellas hablo de la Naturaleza, pero también hablo de Dios. Son ambas, para mí, Naturaleza y Dios, íntimamente conectadas. Es muy probable, sin embargo, que algunos de los que me leéis no creáis en Dios. Pero ello no tiene por qué alejaros de mis palabras, no tiene por qué provocar en vosotros una reacción de repulsa o de rechazo. Creo que, creamos o no creamos en Dios, todos los hombres tenemos algo en común que está más allá de nuestro estado corpóreo, algo que trasciende nuestra materialidad. Es algo que sale de lo más profundo de nosotros, una especie de anhelo por buscar siempre algo mejor, algo que no podemos explicar simplemente acudiendo a la ciencia o a cualquier otra explicación racional. Esa búsqueda de la felicidad que nos une a todos los mortales tiene que venir de algún sitio, pues está impresa en nosotros desde que nacemos. Y, al menos a mí así me pasa, cuando estamos en contacto con la Naturaleza, uno tiene la sensación de que esa felicidad es más fácil de alcanzar. Quizá si no crees en Dios puedas encontrar algo de Él subiendo a una montaña solitaria, buscando el silencio de un lago escondido, o contemplando la inmensidad del mar en una playa desierta. Te invito a ello. Y a continuación te dejo con lo que escribí aquel día.
Cae la tarde en el monte de El Pardo. El sol acaricia suavemente mi rostro mientras escribo; de fondo sólo se oye el trinar de algunas aves que empiezan a prepararse para dormir, y el rumor del agua que lleva el río, más caudaloso ahora gracias a las lluvias de los últimos días. Lejos quedan las prisas de la ciudad, los empujones en el metro, la contaminación, las calles atestadas de coches y de personas que corren hacia todas partes. Es todo un regalo este sitio, a tiro de piedra de Madrid, donde uno puede venir a evadirse, a relajarse, a respirar un poco de aire puro y a reencontrarse con la Naturaleza. A dejar a un lado los problemas y las preocupaciones, para más tarde retomar la actividad diaria con fuerzas renovadas y mayor alegría en el espíritu. Qué buen sitio este también para rezar, para encontrarse con ese Dios creador de todas estas maravillas. Qué grande tiene que ser un Dios que haya creado todo esto, un Dios al que se puede casi tocar simplemente escapándose un momento al campo, a la montaña, al mar. Qué grande...
A partir de ahora me puedes seguir en mi nuevo espacio, www.elsuenodelheroe.com ¡Allí te espero!
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